Todo un flamante año nos queda por delante, con su inmensa colección de ilusiones y su no menos pesada carga de problemas por venir. 2004 tiene la obligación de hacernos olvidar lo que 2003 no logró solucionar. Es un año en el que un acuerdo entre tejido social, instituciones y empresa privada nos puede proporcionar prosperidad económica, y las elecciones generales, savia nueva y renovación. Van a ser 366 días de lucha contra un grupo de problemas que no ha variado mucho en los últimos 25 años, pero que se resisten a desvanecerse, quizás por la pertinaz sequía de ideas que padecen nuestras instituciones. De lo aprendido en años anteriores, a estas alturas podemos asegurar que la marcha de la temporada turística tendrá que superar la apatía promocional instalada en los últimos ejercicios y establecer diagnósticos realistas y no polarizados por deseos de transformación absolutamente delirantes como los que se vivieron en los últimos años. 2004 se presenta como un gran reto porque parece que, por fin, el mercado parece salir de su letargo, fundamentalmente al comenzar Alemania a superar sus problemas de estancamiento derivados de la reunificación (si bien no sólo debidos a ésta) y al sacudirse el Reino Unido del aturdimiento que le produjo la implantación continental del euro. Parece que por fin se sale de la franja roja de alarma, pero mucho tienen que decir todavía empresarios turísticos e instituciones para que este remonte no alimente destinos competidores, mucho más baratos pero de menor calidad; es una prueba para la inteligencia en la que un desliz puede suponer demasiados millones de euros como para que todo quede en manos de la diosa Esperanza. En lo político, PP y PSOE se enfrentan a una era de cambios en un contexto mucho más complicado por los últimos avatares de 2003, con la victoria de la izquierda en Catalunya y un conflicto vasco con pocas posibilidades de ser resuelto. Esto condicionará, seguro, el hecho autonómico. Será, sin duda, un año apasionante, y aquí estaremos para contárselo.