Como viene ocurriendo casi de forma inalterable desde hace unos años, Euskadi y sus conflictos han sido protagonistas del año que acaba en lo que concierne a la política nacional. Culminando el último mandato de José María Aznar al frente del Ejecutivo, las relaciones entre los dirigentes del País Vasco y los del Gobierno central se han hecho insufribles y nunca como ahora se había vivido una situación tan desesperada. El lehendakari Ibarretxe lanzó un órdago al Estado con su plan para cambiar de forma radical las relaciones de Euskal Herria con España, al tiempo que Aznar reconducía el asunto directamente al plano judicial, convirtiendo en delito la propuesta de consulta popular prevista en el Plan Ibarretxe.

En consecuencia, muchos miran hacia la primavera, cuando el Gobierno de la nación cambiará de manos -bien gane el PP, con Rajoy a la cabeza, o bien lo haga Zapatero- para ver qué derrotero toman las cosas.

Será 2004 un año diferente desde el punto de vista político, pues la despedida de Aznar, de Arzalluz y de Pujol dibujará un paisaje nuevo, quién sabe si menos polémico o menos bronco, aunque tal vez con un punto focal importante en los nuevos gobernantes de Catalunya, que tampoco parece que vayan a conformarse con las relaciones actuales con el Estado.

Lo demás, a la hora de hacer balance, no ha sido más positivo. La esperpéntica situación vivida en la Asamblea de Madrid y la no menos ridícula vida política marbellí, que llenó las tertulias e informativos del verano, fueron otros centros de atención. Ahora, con la mirada puesta en el mes de marzo, llegarán las promesas electorales, las ilusiones y las descalificaciones. En resumen, todo lo que envuelve unas elecciones que determinarán quién va a regir los destinos del Estado en los próximos cuatro años.