Como todos los años, el Rey se ha asomado a los hogares de todos
los españoles para lanzar un mensaje que, sin señalar a nadie, ha
hecho hincapié en algunos problemas concretos que, demasiado a
menudo, solemos olvidar. En esa España que va bien para el
Gobierno, el jefe del Estado ha querido recordar a los colectivos
que tienen dificultades, como los discapacitados, los mayores, los
menores, las mujeres maltratadas y los inmigrantes víctimas de las
mafias que trafican con seres humanos.
Ha hecho el Monarca un detenido repaso a los asuntos
internacionales -sin olvidar a Iberoamérica y a los países árabes
del Mediterráneo, sin mencionar nuestra implicación en la guerra
iraquí- y a aquellos que más preocupan al ciudadano de a pie, lejos
de las eufóricas proclamas de los políticas y él, como cabeza
visible del Estado, por encima de todos los partidos, ha querido
ser por un día la voz de los que no tienen voz. Un empeño que le
honra, sabiendo que las encuestan citan el paro, el terrorismo, la
inseguridad y la vivienda como los problemas más acuciantes de los
españoles.
A estos asuntos hizo referencia don Juan Carlos en un repaso a
la situación política, económica y social del país en el que no
quiso tampoco eludir el tema más peliagudo de los últimos tiempos:
la unidad de España y la posibilidad de modificar la Constitución.
Pidió unión a los españoles, pero también subrayó la consagración
de la pluralidad que supone el texto constitucional. De ahí que,
tras escuchar el mensaje navideño real, nadie se haya sentido
ofendido. Al contrario, todos han encontrado en sus palabras un
gesto de apoyo, incluso los nacionalistas vascos y catalanes, que
han querido recordar aquel «hablando se entiende la gente» de días
pasados.
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