Catalunya ya tiene nuevo president, Pasqual Maragall. Por vez
primera gobernará un presidente socialista. Desde el primer
momento, tras el pacto con Esquerra Republicana de Catalunya, ha
surgido la polémica. Maragall ha emprendido su camino con
propuestas nacionalistas, subrayando el carácter catalanista del
PSC, al que hay que añadir la inequívoca influencia de ERC, que
ciertos sectores del PSOE, a nivel estatal, aún no han aprendido a
digerir. El alineamiento del partido socialista en el llamado
bloque constitucionalista puede provocar algunas turbulencias
internas, pese al decidido apoyo de Rodríguez Zapatero a
Maragall.
La idea de reformar el Estatut y establecer una nueva relación
con España, que suena idéntica a los términos utilizados en el Plan
Ibarretxe, que tanta controversia ha generado, ha tenido el
inmediato rechazo del Gobierno del PP.
Ciertamente no estuvo muy acertado Maragall al referirse a un
«drama» si no son escuchadas las pretensiones de Catalunya, pero
también fue tranquilizador cuando dijo que la reforma del Estatut y
una posible consulta popular se harían utilizando los
procedimientos legales.
Tras las primeras críticas -Rajoy fue mucho más conciliador que
sus compañeros- habrá que esperar a que el Govern de
Maragall-Carod-Saura eche a andar para ver qué vías escoge y qué
análisis pueden hacerse entonces de sus actuaciones.
Sin duda, el nuevo escenario catalán puede resultar incómodo
para Zapatero de cara a las elecciones generales, pero también era
incómoda otra derrota, tras la sufrida en Madrid. Tendrá que
explicar cómo se puede avalar una reforma estatutaria catalana y
negar el Plan Ibarretxe. Pero quizá, y al margen de la
especificidad de la problemátiva vasca -que no se puede considerar
desligada de la cuestión terrorista y de la falta de libertad que
conlleva- sea el camino para que las reivindicaciones de otras
autonomías sean mejor comprendidas.
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