Aunque tendemos a creer que los derechos humanos son inherentes al hombre, lo cierto es que sólo tienen 55 años, lo que por un lado es un hito -que se hayan reconocido como tales- y, por otro, una utopía, pues millones de personas en todo el mundo carecen de la más elemental protección frente al abuso y la discriminación. La humanidad conmemoró ayer esta efeméride dedicada a una serie de derechos que, en realidad, pocos gozamos, pues el más básico de todos ellos es el derecho a la vida y ésta, en muchas partes del mundo, no vale nada.

Por ello debe insistirse en la importancia de una fecha como la de ayer para que ciudadanos y dirigentes dediquen siquiera unos minutos a meditar sobre el asunto. Porque en España todavía se saltan a la torera muchos derechos. Empezando por Euskadi, donde demasiados ciudadanos viven atemorizados, amenazados y coaccionados, y siguiendo por el resto del territorio nacional, donde, por ejemplo, algunos inmigrantes se ven sometidos a vejaciones, tráfico de personas y explotación, y miles de personas se ven abocadas al olvido por pertenecer a mundos marginales o dominados por la ignorancia y la pobreza.

Así las cosas, no basta con mirar al exterior, a esos países donde detalles tan insignificantes como ser mujer o niño, tener determinadas creencias religiosas, tendencias sexuales, ciertas ideologías... constituyen poco menos que un delito. Por descontado que es necesario promover toda acción de lucha contra esas situaciones -Amnistía Internacional levanta el dedo acusador contra el comercio de armas-, pero también dirigir nuestra mirada crítica al entorno más cercano para denunciar cuanto abuso se detecte, pues en este asunto cada pequeño paso adelante es valiosísimo.