La dimisión de Eduard Shevardnadze como presidente de la
República balcánica de Georgia parece haber sido la única solución
posible a la escalada de tensión registrada en el país tras la
celebración de las elecciones legislativas a comienzos de este mes
de noviembre. Y es evidente que en los comicios se registraron
irregularidades incontables que ponen en entredicho el resultado de
los mismos, aunque es verdad que fue la oposición la que consiguió
la victoria.
El que fuera ministro de Asuntos Exteriores en la época de la
«perestroika» de Mihail Gorbachov tuvo que refugiarse en su
residencia tras un asalto masivo de las fuerzas opositoras al
Parlamento. Shevardnadze, tras estos acontecimientos, no parecía
tener otra salida. Cualquier uso de la fuerza policial o militar
habría podido acarrear un innecesario baño de sangre y conducir
inexorablemente a una nueva guerra civil.
La visita de Igor Ivanov, actual jefe de la diplomacia rusa, y
sus entrevistas con los líderes opositores y con Shevardnadze, han
sido fundamentales para la resolución pacífica del conflicto. Y es
que nada puede ser peor para Rusia que un incremento de tensión en
una república que tiene frontera con el principal foco de violencia
para las autoridades del Kremlin, Chechenia.
De todos modos, las autoridades que asuman el poder en Georgia
deberán tener presente que, al margen de la limpieza imprescindible
en unas elecciones, deberán cuidar también las formas y las
fórmulas. No es bueno de cara al futuro que se fuerce la dimisión
de un presidente de una forma acelerada y absolutamente imprevista.
Afortunadamente, por el momento se han podido evitar brotes de
violencia, pero no se puede jugar de este modo sin arriesgarse a
una catástrofe nacional.
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