Los resultados de las elecciones autonómicas celebradas ayer en Madrid han otorgado la mayoría absoluta al Partido Popular (PP) después de todo cuanto aconteció tras los comicios del pasado 25 de mayo. El principal perjudicado de la jornada fue el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que obtuvo peores resultados, en buena medida a causa de la manera en que se llevó la crisis de los tránsfugas Tamayo y Sáez, quienes habiendo sido elegidos en la lista del socialista Rafael Simancas, forzaron con su ausencia que se eligiera a una presidenta del Parlamento de Madrid del PP. Mientras, Izquierda Unida (IU) experimentaba un ligero incremento de los votos.

En el tiempo transcurrido desde entonces, el PSOE, lejos de hacer un necesario ejercicio de autocrítica, quiso culpabilizar de la situación generada al PP, que, por cierto, adoptó una actitud realmente pasiva y poco adecuada en aquellas circunstancias.

Cierto es que se registró ayer un descenso de participación con respecto al 25 de mayo, pero eso es absolutamente inevitable cuando se trata de la repetición de unas elecciones y, más aún, después de que se produjera el lamentable espectáculo que los políticos madrileños han ofrecido a todo el país durante estos meses. Desde el PSOE se pretendía también ayer atribuir al escaso interés del PP el incremento del nivel de abstención. Se trata cuando menos de una paradójica estrategia.

En el fondo de todo el asunto están las graves disensiones y batallas internas que ha vivido la Federación Socialista Madrileña, que son heridas no cicatrizadas que requieren de elevadas dosis de habilidad política. Sólo desde nuevos planteamientos es posible afrontar, por parte de los socialistas madrileños, unas elecciones con posibilidades de victoria. Pero el PP debe también tener presente que ha salido favorecido de una crisis ajena y que, en el futuro, deberá ganarse la confianza de los electores por sus acciones si quiere reeditar la mayoría absoluta.