Una nueva resolución, que presentará Estados Unidos ante el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fija el 15 de
diciembre como fecha límite para el establecimiento de un
calendario que devuelva a los iraquíes el gobierno de su país. Como
viene siendo habitual, el texto viene respaldado, de entrada, por
Gran Bretaña y España. Pero está por ver cuál va a ser la reacción
de Francia, Alemania o Rusia, países que siempre se mantuvieron en
contra de la intervención armada y que vienen siendo reacios a la
política y a las decisiones de George Bush con respecto a este
problema.
Si existe una evidencia a estas alturas es el alto coste en
vidas humanas que está suponiendo la posguerra para las tropas
aliadas, en especial para las norteamericanas. Y precisamente esto
puede haber contribuido a que, desde la Casa Blanca, se asuma una
fecha concreta y próxima para el traspaso de poderes.
Aunque no debemos llevarnos a engaño. Para que se produzca una
transición sin traumas es preciso que existan unas mínimas
condiciones de seguridad y la garantía de orden público para los
ciudadanos iraquíes. Esto puede requerir la presencia de tropas
extranjeras de forma provisional, pero actuando como fuerza de
interposición, no de ocupación. Y lo deseable sería que fuera bajo
bandera de la ONU.
Esto, evidentemente, podría facilitar una mayor implicación de
otros países en las tareas de reconstrucción de Irak, algo que
resulta necesario en extremo. Pero para ello es preciso que Estados
Unidos modifique sustancialmente su política internacional al
respecto y asuma que sólo es posible llevar a buen término la
empresa desde el acuerdo con la comunidad internacional.
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