El canciller alemán Gerhard Schröder se muestra incapaz de emprender las drásticas reformas que requiere el país. En el debate sobre los presupuestos, se negó a reducir el excesivo déficit y afirmó que el crecimiento de España, que es el país de la zona euro que más ha crecido en el segundo trimestre, se debe a las ayudas europeas, con las que Alemania contribuye en más de un 25 por 100.

No parece acertado relacionar la ayuda europea con el crecimiento. Cualquier banquero alemán sabe que los créditos que da no siempre generan riqueza. Una mala gestión, un mal planteamiento del negocio o una coyuntura desfavorable pueden causar la bancarrota y la ayuda no habrá servido de nada. España recibe de la UE el 1 por 100 del PIB español. Esto no significa que ese 1 por 100 genere el crecimiento del 2,1 por 100 en la economía española. Aquí, por el momento, ha habido una buena gestión del Gobierno, cuyo objetivo era el «déficit cero», que ha dado buenos resultados.

La ayuda europea no es determinante para el crecimiento español. Lo es, en cambio, la inversión alemana en España, la avalancha de turistas alemanes y el intercambio comercial entre ambos países. Pero de ello tanto se aprovecha España como Alemania, porque España es un gran mercado para Alemania.

El señor Schröder sabe que sus electores no quieren apretarse el cinturón ni renunciar a coberturas sociales que aquí ni siquiera hemos soñado. Su pretexto sobre la contribución alemana al desarrollo de los países más pobres de la UE es demagógico. Porque, gracias a esa contribución, Alemania está ampliando su mercado europeo, su Lebensraum, sin necesidad de emprender otra guerra. Y de ello nos beneficiamos todos.