En el encuento celebrado en San Petersburgo entre Putin,
Schröder y Chirac, éste último fue quien de forma más certera dio
con el argumento que hace necesaria una inmediata reforma de la
ONU. Con una racional precisión francesa dijo que el nuevo orden
mundial no puede estar basado en la «lógica de la fuerza». En
efecto, el respeto al derecho internacional, muy por encima de
cualquier otra consideración, constituye un imperativo moral y
político. Y para que ello sea posible y no se vulnere ese derecho,
como ahora ha sucedido, es imprescindible que se dote a la ONU de
mecanismos reales que le permitan resolver situaciones como la que
ha llevado a la guerra de Irak.
La desaparición del bloque soviético y, consecuentemente, la
entronización de Estados Unidos como indiscutible potencia
hegemónica, hacía urgente desde hace tiempo -valga la aparente
contradicción- una adecuación del organismo supranacional a los
nuevos tiempos. La división que ha conocido la comunidad
internacional a raíz del conflicto de Irak podría haberse evitado
de poseer la ONU autoridad efectiva, real, para dirimirse
cuestiones de ese relieve en su seno. Lo peor del caso es que, en
estos momentos, la anunciada decisión de Estados Unidos de conferir
a la ONU un papel como de gigantesca ONG, simplemente aplicada a la
regulación y al control de la ayuda humanitaria, no parece marchar
en este sentido.
Una circunstancia que hace temer que esta guerra no será la
última y que esta política de desvalimiento internacional provocada
por una ONU hasta cierto punto inerme, cuando no maniatada,
favorece los intereses de los Estados Unidos. El más absoluto
respeto al derecho internacional conforma hoy una auténtica
necesidad, y ello conlleva una reforma radical de la ONU. De lo
contrario, tal vez no tardaremos en contemplar de nuevo
horrorizados cómo los más fuertes, en lugar de recurrir a la
lógica, hacen uso de la ilógica de la fuerza.
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