Todavía con el tronar de las bombas en los oídos y la sangre caliente de miles de iraquíes destrozados por un conflicto que iba a ser rápido y limpio, los tambores de guerra quieren sonar de nuevo. Las amenazas más o menos veladas contra Siria resuenan en Washington, pero, sorprendentemente, el presidente del Gobierno español, José María Aznar, asegura tajante que Siria es un país amigo de España y que no es objetivo ni militar ni de ninguna otra clase para nadie, palabras que ha respaldado su vicepresidente Rajoy. Chocan de frente estas declaraciones, y otras similares de la ministra de Exteriores, Ana Palacio, con las de algunos pesos pesados de la Administración Bush, que han afirmado que ese «país amigo de España» posee arsenales químicos, refugia a destacados dirigentes iraquíes y apoya a organizaciones terroristas. Casi nada. Por menos que eso se ha armado la guerra de Irak y ya estamos viendo las consecuencias.

Creen algunos analistas que los mensajes desde Estados Unidos no son más que avisos para navegantes, o sea, que se pretende amedrentar a los dirigentes sirios para que empiecen a colaborar activamente con Washington en su cruzada para pacificar todo el Oriente Medio. Ojalá tengan razón, porque mientras tanto la ONU se encuentra bajo mínimos; algunos creen que herida de muerte, al menos en la forma en que la hemos conocido hasta ahora, y la Unión Europea, aunque empieza a dar señales de revitalización, ha sufrido una crisis sin precedentes.

Así que según están las cosas en el mundo, parece que el único capaz de mostrarse fuerte es el Gobierno norteamericano, que no da muestras de acobardarse a la hora de arrasar con lo que no le gusta y de amenazar a quien supone un obstáculo en sus planes.