La noticia de las tres recientes ejecuciones en Cuba debería
sacudir las conciencias. Tres hombres secuestraron una lancha con
cincuenta pasajeros con la finalidad de desviarla hacia los Estados
Unidos, se quedaron sin combustible y tuvieron que regresar a la
isla caribeña. La respuesta del régimen, tras su detención y la
liberación de los pasajeros, fue un juicio sumarísimo que les ha
conducido a la muerte en cuestión de días. Fidel Castro, líder
revolucionario, sea dicho con todas las reservas, se ha mostrado
con el auténtico rostro del totalitarismo.
Ésta es la más lamentable y execrable de las últimas acciones de
las autoridades cubanas, aunque la oposición en el exilio también
denuncia que, en los últimos tiempos, se han incrementado las
detenciones y los juicios sumarísimos, las torturas y las condenas
a cadena perpetua por puras discrepancias ideológicas.
La comunidad internacional debería movilizarse y las maltrechas
Naciones Unidas demandar al régimen castrista un escrupuloso
respeto a los más elementales derechos humanos. Sin embargo, aún no
nos hemos repuesto de una guerra inconclusa amparada en un marco
jurídico internacional más que 'dudoso' que hizo trizas la
autoridad del mismo Consejo de Seguridad de la ONU. Esto,
precisamente, es un escollo considerable para poder establecer
puentes de diálogo para superar asuntos desgraciados y trágicos
como éste de Cuba, que, por otra parte, no es más que una gota más
en la sangría de opositores que se ha cobrado el Gobierno de Fidel
Castro.
Lo peor es que tres vidas humanas han sido segadas, la vida de
tres personas que aspiraban sólo a gozar de mayor libertad; que el
método escogido no fuera el más adecuado jamás justificará su
asesinato.
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