La decisión del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia
en orden a ratificar que los sospechosos de terrorismo confinados
en la base norteamericana de Guantánamo carecen de derechos legales
en Estados Unidos sitúa a estos presos en una situación de
indefensión jurídica que, tecnicismos legales aparte, tan sólo
admite una caracterización: atropello, atropello de los derechos
humanos. El fallo del citado tribunal se fundamenta en otro que el
Supremo emitió tras la Segunda Guerra Mundial por el que negaba las
garantías procesales reconocidas en la Constitución norteamericana
a prisioneros alemanes detenidos en China.
A mayor abundamiento, los magistrados también han argumentado
que, en este caso, los Estados Unidos no tienen jurisdicción sobre
la base militar de Guantánamo al estar ubicada en terrirorio
cubano. Es decir, que los prisioneros no pueden recurrir ante los
tribunales la presunta inconstitucionalidad de sus restricciones de
libertad por la sencilla razón de que no están amparados por la
Constitución. Algo que llama poderosamente la atención, si tenemos
en cuenta que los Estados Unidos hacen valer la
extraterritorialidad de sus leyes en todo el mundo ignorando leyes
y tribunales internacionales, precisamente para proteger a sus
ciudadanos.
Vulgarmente a esto se le llama la ley del embudo. Mientras, 650
seres humanos llevan 14 meses encerrados, sin haber tenido acceso a
un abogado ni a sus familias, sin haber sido formalmente acusados
de delito alguno y sobreviviendo en durísimas condiciones. Los
familiares de los 16 detenidos que han presentado el recurso
piensan llegar ahora al Supremo, por más que el ambiente hoy
imperante en los Estados Unidos hace pensar que las posibilidades
de que dicha instancia anule la decisión ahora tomada son
escasas.
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