Las cosas se complican en Oriente Medio. En una situación de
guerra de facto desde hace años contra los palestinos, inmersos en
una crisis económica galopante y la amenaza directa de un ataque
por parte de Irak, los israelíes han votado mayoritariamente a un
Ariel Sharon que apuesta decididamente por la intolerancia y la
fuerza bruta, dejando en la estacada a los laboristas, más
partidarios de salidas negociadas al conflicto.
Sin embargo, su victoria le resulta insuficiente para formar un
gobierno estable que, al menos, garantice una continuidad en la
política israelí de cara a los próximos años, lo que a su vez
podría suponer alguna mínima oportunidad para el maltrecho proceso
de paz. Lejos de eso, a Sharon no le quedan más opciones que pactar
un gobierno con la ultraderecha ortodoxa, lo que genera más de una
preocupación en Estados Unidos y Europa.
De hecho, la situación hace temer que naufrague sin remedio el
plan gestado por el cuarteto de mediadores -Estados Unidos, Rusia,
la Unión Europea y la ONU- por el cual se preveía la proclamación
provisional de un Estado palestino para 2003. Una fecha que ya ha
llegado y que habla más bien de bombardeos, detenciones y violencia
contra los árabes de la región. Nada más anunciarse la victoria
derechista, el propio Yaser Arafat se ofreció para entrevistarse
con Sharon con la intención de conversar sobre nuevas expectactivas
de paz. La reunión fue inmediatamente rechazada, lo que revela cómo
será el talante del nuevo Gobierno israelí salido de estas urnas, a
pesar de los mensajes centristas del líder del Likud. A pesar de
todo, todavía existe la leve posibilidad de que los laboristas
acepten compartir el poder para marginar a las opciones más
radicales.
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