Probablemente el mundo mueve hoy más dinero que nunca, se generan más negocios, industrias y transacciones millonarias que en toda la historia; el grado de civilización se ha extendido a casi cualquier rincón del planeta, los avances en tecnología, en ciencias y en pensamiento son asombrosos... y, sin embargo, el paisaje que se vislumbra al mirar a la Tierra es más caótico, dramático e injusto que nunca. Nadie puede dudar de lo que se ha conseguido. La calidad de vida para un buen número de ciudadanos ha experimentado un desarrollo nunca visto y, en cambio, millones de seres humanos sufren miserias generalizadas durante generaciones.

De todo ello se habla estos días en Davos (Suiza) y en Porto Alegre (Brasil), en reuniones antagónicas que tienen por objetivo analizar el estado actual de la vida en el planeta y las previsiones de futuro. La inminente guerra contra Irak está, por supuesto, en el punto de mira, más por las repercusiones económicas que tendrá que por el elemento humano de la cuestión.

Mientras en Suiza -la elección del lugar es muy significativa- se reúnen líderes mundiales preocupados por la marcha de las finanzas, de la productividad y de la expansión económica, en Porto Alegre los movimientos antiglobalización tratan de analizar cómo todo eso afecta a las personas de carne y hueso que padecen esas ansias de crecimiento infinito. «Otro mundo es posible» es el lema del Foro Social Mundial y, sin duda, la ingenuidad o la utopía sin parte fundamental de la agenda. No serán fáciles para unos ni para otros estas citas, la situación en Irak, en Argentina, en Venezuela, en Brasil y, como siempre, en todo Àfrica y la mitad de Asia son retos que ni con fórmulas económicas de libro ni con solidario entusiasmo se resuelven.