Finalmente, las aspirantes a Miss Mundo y los organizadores del
concurso han tenido que abandonar Nigeria y marcharse a Londres,
donde estarán a salvo de las iras de los extremistas musulmanes del
norte del país africano. Era algo que se veía venir y que por el
salvajismo de los integristas ha acabado en un baño de sangre.
Desde que hace tres años se instauró la charía (ley islámica), en
la región nigeriana de Kaduna se han sucedido las matanzas, las
ejecuciones y el terror, tanto que suman diez mil los muertos en
estos años. Una situación que no puede ni debe consentirse desde el
mundo democrático, más si tenemos en cuenta que el propio Gobierno
del país ha sido incapaz de dominar la situación.
En este asunto convergen varios elementos. Por un lado la
sinrazón de quienes se empeñan en aterrorizar a la población con
las radicales consecuencias de aplicar la ley islámica "cuyos
castigos ejemplares incluyen mutilaciones, lapidaciones y toda
clase de horrores", y por otro cabría plantearse el escaso acierto
de los organizadores de Miss Mundo al elegir como sede del certamen
una región de mayoría musulmana, con lo que esto puede
conllevar.
En esa situación explosiva, el propio presidente del país ha
eludido reaccionar con firmeza, seguramente en un intento de no
fracturar la nación. Ante el horror que han provocado estos actos y
dejando de lado el hecho objetivo del concurso, que lo único que
pretende es la elección de la mujer más bella del mundo, la opinión
pública internacional está indignada. Es quizá el momento de
plantear estas cuestiones en los foros internacionales. Porque la
no injerencia y la pasividad únicamente conducen al deterioro
brutal de una realidad que supone un auténtico infierno para miles
de personas, especialmente mujeres.
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