La sociedad de la opulencia, como en otros lugares del mundo desarrollado, esconde siempre bolsas de población que quedan solapadas en las lecturas macroeconómicas. La cantidad de gente que se ha quedado sin poder optar a una vivienda digna en Eivissa a pesar del boom de la actividad constructora privada es algo que, a estas alturas, nadie puede atreverse a dudar, como tampoco del hecho de que más frecuentemente de lo que nos pensamos se han reproducido situaciones abusivas por parte de propietarios tan sólo pendientes de su propio beneficio, tanto en la venta de inmuebles como en su alquiler.

La expectación levantada con el inicio del plazo para solicitar uno de los 46 pisos de promoción pública de es Portxet vuelve a sacar a la luz esta enorme demanda de vivienda asequible que se esconde tras las fastuosas promociones que salpican la geografía de Eivissa y Formentera. No es de extrañar, dadas las diferencias sociales existentes, acrecentadas en los últimos años con la tremenda aceleración de la economía y el desigual reparto de sus beneficios. Con la subida de los precios, mucho más suave en las estadísticas oficiales de lo que en realidad se refleja en el mercado, las familias con ingresos más bajos han quedado atrapadas en una situación a la que las instituciones deben dar salida; la avalancha de solicitudes de la segunda promoción pública en muchos años es un ejemplo de las esperanzas y anhelos que precisamente se han puesto en ésta. De ahí que si el mercado se ha comportado injustamente con una buena parte de la población, la misión de las instituciones sea la de corregir lo intolerable. En la tiranía de la oferta y la demanda en su grado extremo Es Purtxet, que es una promoción ejemplar pero claramente insuficiente, ha quedado, en muchos casos, como la única alternativa a salir del trance.