Nadie se había atrevido a pronosticar un año como el que acabamos hoy. Los acontecimientos del 11 de septiembre han traspasado todas las fronteras y han sacudido todos los órdenes existentes. Si antes de esa fecha el terrorismo era una preocupación extendida en nuestro país "todavía lo es" y en algunas otras zonas del planeta, desde el fatídico ataque de los radicales islamistas a Estados Unidos, la psicosis terrorista se ha apoderado del mundo. Afganistán ha pasado de ser un país olvidado, sepultado en la ignominia, a colocarse en todos los titulares de actualidad. El polvorín de Oriente Medio sigue ahí, más encendido que nunca y hasta las habitualmente delicadas relaciones entre Pakistán y la India se han convertido en un polvorín a punto de estallar.

El mundo ha cambiado realmente su fisonomía desde que Osama bin Laden fijara su oscura mirada en las Torres Gemelas de Nueva York. Nada es como antes. Y si las rencillas políticas internas tenían antes su importancia, hoy la perspectiva ha cambiado. Y ha cambiado también, y mucho, la vida de los argentinos, con un país en quiebra que era el orgullo de Latinoamérica.

En España hemos tenido también un poco de todo, desde escándalos financieros de profundo calado hasta atentados y más atentados, crisis alimentarias y unas elecciones autonómicas en el País Vasco, más reñidas que nunca, y que dieron un resultado no esperado por el llamado bloque constitucionalista. Por otra parte, si alguien confiaba en que tras el 11-S "y el batacazo electoral de Batasuna" ETA estaba condenada a desaparecer, se equivocaba de plano. Su empecinamiento en seguir matando parece no tener límites.

Y para rematar un año difícil, el que viene se presenta con una dificultad añadida: la introducción del euro. ¡Paciencia y feliz 2002!