Desde hace años resulta evidente que en el seno de la familia socialista vasca conviven "a veces, a duras penas" elementos de sensibilidades muy distintas. Nada tienen que ver, por ejemplo, las concepciones de un Nicolás Redondo Terreros "ahora dimitido en su cargo como secretario general del PSE después de un año escaso de ser elegido con una escuetísima mayoría" con las de un Odón Elorza, alcalde de San Sebastián que en ocasiones parece más cercano al PNV que a los de su propio partido. Esa es quizá la razón última de que Redondo haya decidido forzar un congreso extraordinario que logre evaluar las fuerzas de cada uno de esos sectores. Porque la estrategia electoral llevada a cabo en las últimas autonómicas por Redondo Terreros "basada en el enfrentamiento con el PNV, al más puro estilo PP" no le ha funcionado en las urnas (perdieron un escaño) y parece que ahora dentro de su propia formación política le exigían explicaciones ante su tozudez a la hora de rechazar de plano el derecho a la autodeterminación que reivindican todos los nacionalistas y, también, bastantes socialistas.

De ahí que durante años el Gobierno vasco lo haya llevado una coalición bi o tripartita en la que figuraba el PSE. La política de confrontación "nacionalismo contra constitucionalismo" que ha desarrollado Terreros en este último año no ha servido más que para enturbiar el ya de por sí difícil ambiente político vasco y, a la vez, crear conflictos internos en el seno de su partido.

Ha hecho bien, entonces, en dejar que un congreso extraordinario del PSE decida quién debe dirigir el partido y qué tesis tienen más peso entre sus afiliados. Quizá así se clarifique la situación y los socialistas vascos decidan qué rumbo toman finalmente: si el acercamiento al nacionalismo demócrata que antes les funcionó, o el enfrentamiento.