«No hay que ser hipócritas. Hay que reconocer que tenemos un problema que traspasa la capacidad de la Policía Local en un sitio turístico». La cita es del alcalde Antoni Marí Tur, que sabe que Sant Antoni es una localidad demasiado pequeña para disponer de una comisaría propia del Cuerpo Nacional de Policía, demasiado boyante para no atraer a los buscadores de dinero fácil y demasiado turística para que los agentes puedan infiltrarse y controlar a las mafias extranjeras, que se encuentran con que el idioma les hace casi inmunes. Estas razones justifican sobradamente un cambio de mentalidad en nuestras autoridades y las de los países de procedencia de los turistas y que pasa por una estrecha colaboración de policías. Fundamentalmente, el pequeño trapicheo de éxtasis en Sant Antoni es un problema del Reino Unido que afecta a los súbditos de su Graciosa Majestad. De hecho, lo único que altera la situación un poco es que el suelo en el que se comercia con la droga es español y que, por esa razón, corresponde a nuestros agentes el intentar atajar el delito y es aquí donde surgen las principales dificultades para acabar con él. De no intervenir urgentemente las autoridades británicas, el problema se podría enquistar. Con tanto dinero de por medio y con sólo actuaciones aisladas y esporádicas por parte de nuestros agentes, el futuro de estos detallistas es brillante. Según parece, ahora les sirve para vivir bien, pero cuando descubran que el negocio puede ir a más, las cosas se pueden complicar. Los propios medios de comunicación británicos han denunciado el problema y éste sigue intacto. No parecen haber cambiado mucho las cosas de tres años a esta parte y es porque mantenemos, unos y otros, una mentalidad localista, que no debería ser tal. Aquí se genera un problema que luego se instala definitivamente en su país. Pensemos globalmente.