El Govern de les Illes Balears registró ayer la segunda dimisión
de la era Antich. Misericòrdia Ramon, consellera d'Innovació
Tecnològica i Energia, se ha visto abocada a presentar su renuncia
después de que se diera a conocer la existencia de un contrato
blindado con el ex gerente del Parc Bit Felio Morey, lo que
obligaba al Ejecutivo a abonar la nada despreciable cantidad de 112
millones de pesetas en caso de rescisión del mismo, extremo al que
no se ha llegado al alcanzar un acuerdo las partes.
En este punto es preciso señalar que no es admisible que existan
este tipo de contrataciones en las administraciones públicas. No es
razonable, ni éticamente correcto que existan privilegios de esta
índole que aseguren la percepción de enormes cantidades de dinero
una vez que el funcionario o responsable en cuestión deba abandonar
el cargo. Y, en este sentido, es absolutamente positiva la reacción
del Govern, con una respuesta rápida y transparente frente a estos
hechos.
Aunque hay que señalar que a favor de la dimitida Ramon está el
hecho de haber puesto en marcha un plan energético que fueron
incapaces de iniciar sus predecesores, lo cierto es que no podía
continuar ocupando la Conselleria con un «affaire» como el de Morey
a sus espaldas.
También es preciso considerar que Francesc Antich debe afrontar
lo que resta de legislatura en las mejores condiciones para llevar
a cabo todos los proyectos previstos y, para ello, es preciso
contar no sólo con los consellers más idóneos, sino además evitar
que posibles escándalos puedan salpicar al Ejecutivo que
preside.
Ciertamente, en este caso, Francesc Antich y el Govern han
reaccionado con la necesaria habilidad política y rapidez para dar
carpetazo a un asunto que en nada podía ayudar al futuro
inmediato.
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