Desde 1992, Argelia vive constantemente amenazada por el horror. Las matanzas de gente inocente perpetradas por los fundamentalistas del Frente Islámico de Salvación (FIS), o por similares formaciones integristas, mantienen al país en vilo sin que ninguna otra cuestión merezca mayor prioridad. Hasta ahora han resultado vanos todos los intentos, políticos y militares, encaminados a poner fin a esa indiscriminada violencia. Tras un paréntesis debido a la iniciativa gubernamental de promover una «ley de concordia civil», de perdón al terrorismo, las carnicerías vuelven a sucederse, hasta el punto que han sido asesinadas 1.200 personas en los primeros seis meses del año. ¡Nada menos que 200 cada mes! El fracaso de la política desplegada all respecto por el presidente Abdelaziz Buteflika es completo. Ni esa ley de perdón -exagerada, puesto que estaba inicialmente concebida para perdonar tan sólo a aquellos que no tuvieran delitos de sangre y acabó indultando a todos-, ni la ofensiva militar llevada a cabo por el Ejército argelino han dado los resultados apetecidos. Antes al contrario, se diría que la «generosidad» de la oferta del Gobierno y la inactividad de las fuerzas del orden durante la tregua, han dado ánimos al integrismo carnicero. El recrudecimiento de la violencia desquicia a unos argelinos que no sólo temen por su seguridad -especialmente en zonas rurales-, sino que ven a sus autoridades incapaces de hacer frente con éxito al problema. A Buteflika se le acusa ahora de débil, de excesivamente contemporizador con los terroristas, del mismo modo que se le aclamaría si, en el caso de hacer lo mismo, su inciativa hubiera logrado el objetivo propuesto. La cuestión no es a nuestro juicio ésa. Argelia, muy próxima al continente europeo, es la punta de lanza de un integrismo de combate que está dejando su macabra tarjeta de visita. Una tarjeta de la que Occidente debiera dar acuse de recibo, ayudando en lo posible a las autoridades argelinas en su lucha contra el terror. De no hacerse así, tal vez ese integrismo terrorista envalentonado por sus hazañas, de cida extender su campo de acción. Que así no sea.