Cada vez que caen cuatro gotas sobre Eivissa salen a la luz nuestras vergüenzas. El caudal de agua que se precipitó sobre la isla el pasado jueves dejó de nuevo entrever a nuestros visitantes que las infraestructuras que disfrutamos no son precisamente las que nos convierten en miembros de pleno derecho de la Europa del futuro, sino más bien que, al menos en eso, vivimos anclados en el pasado. Afortunadamente para nosotros, la temporada está siendo seca y el espectáculo que hace dos días volvimos a presenciar no se producía desde el año pasado. Con una meteorología favorable, las obras realizadas para completar el plan de evacuación de pluviales y el mantenimiento habitual de las redes de saneamiento parecían haber puesto un punto final a uno de los defectos que más avergüenzan a la ciudad de Eivissa, que es la que más, de nuevo, volvió a quedar en evidencia pese a que no fue el único lugar en el que se produjeron fallos. Anteayer, de nuevo, los ciudadanos nos preguntamos cuál de las medidas por venir será, verdaderamente, la efectiva. El apoyo involuntario del clima no puede, sin embargo, hacernos olvidar que aún quedan muchas, muchísimas cosas por hacer. Por supuesto, sabemos que no es fácil ejecutar un plan eficaz e inmediato para acabar con un problema estructural heredado de la época en la que era necesario un crecimiento urbano rápido, cuando no había tiempo para pensar en que éste debía llevar aparejado un estudio de las necesidades por venir. No hay fórmulas milagrosas que acaben de hoy para mañana con el problema, aunque esta justificación, por supuesto, no lo elimina. Si queremos que Eivissa ofrezca una imagen que no nos avergüence ante aquellos que cada año nos visitan es necesario mantener la tensión y no olvidar que para llegar a un determinado punto es necesario pasar por todos los intermedios.