El triunfal regreso del dictador Augusto Pinochet a su país no ha conseguido calmar los ánimos entre sus detractores. El ministro de Exteriores chileno deploraba ayer la demostración de fuerza llevada a cabo por los militares en el momento de recibir el avión que devolvía al senador a su casa y se lamentaba de que no son éstas las fuerzas armadas que necesita un país democrático. Un poco tarde para quejas, ¿no?, puesto que han pasado ya largos años desde que se produjo la transición democrática en Chile y parece que pocos pasos se han dado con el objetivo de modernizar y democratizar el Ejército del país andino. Pese a ello, diversas voces han querido aclarar que no existe riesgo alguno de levantamiento o de amenazas por parte de los militares. Sólo les faltaba eso.

Al mismo tiempo, uno de los hijos del senador vitalicio, Marco Antonio Pinochet, lanzaba a la arena unas declaraciones con cierto tono grotesco. Si su padre ha perdonado, decía, por qué no perdonan sus opositores. Palabras de este tipo no hacen sino que ofender aún más a las víctimas y demostrar que esta familia vive en otro planeta o se toma la cosa con tal cinismo que nadie debería poner ante sus labios un micrófono. Sabiendo como saben que tres mil personas han muerto en las condiciones más terribles por orden directa de su idolatrado padre, ¿cómo pueden tener cara para decir que han perdonado? ¿A quién?

En un país con una situación ya complicada de por sí, ahora el juez encargado de las denuncias por crímenes contra la Humanidad que pesan sobre Pinochet ha dado el primer paso para poder procesarle. A partir de ahí la palabra la tienen los senadores, que deberán decidir si levantan o no la inmunidad de que goza el ex dictador. Si en verdad Chile quiere demostrar al mundo que es un país democrático, ya sabe qué camino debe seguir: el de la justicia.