Difícil lo tendrá el juez para separar el grano de la paja en la maraña de declaraciones que se han producido ya en el juicio sobre Laza y Zabala y las que aún quedan por escucharse. El principal acusado, el general de la Guardia Civil Rodríguez Galindo, uno de los militares más condecorados de este país, ejecutó ayer una perfecta interpretación del papel de militar honorable y quiso, al terminar su intervención, jurar «por Dios y por mi honor» que no ordenó secuestrar, torturar y asesinar a los dos jóvenes vascos.

Varios asistentes al proceso coincidieron en señalar que Galindo apareció ante el juez como un personaje de película, perfecto en su papel. Su hermana, en declaraciones a la radio, asegura que él es así, tan decidido en sus convicciones como el que más y que siempre ha ido con la verdad por delante. Lejos está esa imagen impoluta de las acusaciones que el fiscal pone sobre la mesa: secuestro, torturas, asesinatos. Cabría pensar en la posibilidad de una sangre fría demoledora, pero resulta difícil creer en la existencia de personas de tal calaña, capaces de promover esos crímenes y declarar bajo juramento su inocencia.

Por otra parte, las intervenciones de algunos de los que fueron sus subordinados "inculpados también" avalan su versión, aunque también es cierto que sorprende la claridad con que recuerdan estos funcionarios los lugares, las horas, las circunstancias de hechos acaecidos hace dieciséis años.

Pero Galindo cometió un desliz incomprensible. Declaró bajo juramento que nunca existieron los grupos AT (antiterroristas) en la Guardia Civil y el actual director del cuerpo, sorprendido, ha dicho que no sólo existían entonces, sino que siguen existiendo hoy en día. Una jornada polémica a la que seguirán muchas otras, hasta que, esperemos, las cosas se aclaren al final de este larguísimo proceso.