El verano del 99 quedará como el del retorno de los grandes
incendios forestales en el área mediterránea. El Levante y el Sur
de España han sufrido las consecuencias de un fuego que, por así
decirlo, se ha extendido en zonas estratégicamente situadas. Porque
las inmediaciones de los espacios protegidos de una u otra forma
han sido los escenarios en los que ha prendido un fuego que muchas
veces habría sido provocado.
Tomemos como enclave más significativo el de la reserva del
Montgó, una zona boscosa de gran valor ecológico situada al norte
de la provincia de Alicante. Desde su declaración como parque
natural, en 1987, el Montgó ha ardido prácticamente cada año, cada
verano, hasta éste en curso, en el cual hay que lamentar la pérdida
de 360 hectáreas de bosque. En casos como éstos resulta difícil
creer en la casualidad y bastante más fácil admitir la
causalidad.
La especial protección de una zona rural acostumbra a generar
recelos, protestas, actitudes airadas de quienes creen ver
perjudicados sus intereses. Y eso es algo que debe llevar a quienes
tienen a su cargo la protección medioambiental a redoblar sus
esfuerzos en lo tocante a la prevención y vigilancia. Ciñéndonos al
caso de Mallorca, y ya en estudio la posible declaración de la
sierra de Tramontana como un espacio natural protegido, creemos
llegado el momento de habilitar unos planes que tengan en cuenta
tanto la prevención del fuego, como todos aquellos aspectos que
contribuyen a ella. Y en este sentido no deben pasarse por alto
esas actividades agrícolas y ganaderas, muchas veces postergadas en
la Isla, y que tan útiles pueden resultar a la hora de evitar la
extensión de los incendios. Prevenir el fuego es también fomentar
aquellas labores agrícolas que hacen más difícil su expasión. Tome
buena nota de ello quien convenga.
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