Como todos los tiranos a los que no se acogota hasta el fin,
Milosevic está demostrando una nada despreciable capacidad de
supervivencia. Ya que, en definitiva, quien ha concentrado mucho
poder dispone siempre de suficientes recursos incluso cuando no
vienen bien dadas. Como ocurrió en el caso de Sadam Hussein, la
alianza occidental sirvió para dar el brazo a torcer al gobernante
díscolo, pero no para expulsarle del poder. Y así nos encontramos
ahora a un presidente yugoslavo cercado por la tímida "cada vez
menos, hay que reconocerlo" oposición, incluso por sectores de su
propio partido, pero que sobrevive políticamente pese al clamor que
reclama su dimisión.
Desde el ejército hasta desde la Iglesia, llegan voces que
aconsejan a Slobodan Milosevic que abandone. No obstante, el
autócrata yugoslavo parece beneficiarse todavía de algún apoyo
popular "en este sentido, las manifestaciones que ya han tenido
lugar y las que se avecinan resultarán significativas" que en
definitiva le legítima. En casos como éste no se puede dejar de
recordar las palabras de Víctor Hugo cuando establecía que «hay una
cierta solidaridad y una vergüenza compartida entre el gobierno que
obra mal y el pueblo que le deja hacer».
Así es. Quienes apoyaron durante años al gobierno de Belgrado,
aún a sabiendas que actuaba de forma arbitraria, son los mismos que
ahora sostienen de forma casi inconsciente a un Milosevic que debe
tener las horas contadas. La oposición reclama elecciones
anticipadas como muy tarde en noviembre próximo. Cabrá ver la
actuación popular desde ahora hasta entonces y, sobre todo,
deberemos estar atentos a la capacidad de la oposición por
presentar un frente unido "empresa hasta hoy frustrada" ante un
Milosevic que, no cabe la menor duda, resistirá hasta el fin
sabedor de que no tiene gran cosa que perder.
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