M ientras se está a punto de culminar otro trágico genocidio en
Kosovo, Boris Yeltsin ha enviado varias unidades navales al
Mediterráneo y al Adriático para evaluar la situación. Rusia,
reducida su potencia económica, política y militar, continúa
considerándose gran potencia y actúa como si lo fuera. Pero su
fracaso de mediación ante Slobodan Milosevic, protagonizada por el
primer ministro Evgeni Primakov, le ha obligado a un gesto que no
debiera ir más allá de la teatralidad porque, esta vez, la OTAN y,
en especial, Estados Unidos, están dispuestos a ir hasta el final y
no permitir interferencias en su labor de defensa del masacrado
pueblo albano-kosovar.
Pueblo que, según informaciones, acaba de perder a una de sus
figuras emblemáticas, el académico y presidente del Parlamento
albano-kosovar, Idriz Ajeti, asesinado por las fuerzas serbias. La
OTAN ya ha anunciado que intensificará la ofensiva aérea y tiene
planeada una nueva fase para no dejar objetivos militares sin
atacar. El presidente Milosevic va a ser perseguido hasta el final,
se ha anunciado, pero, mientras tanto, el genocidio continúa.
Las fuentes de información de Yugoslavia siguen siendo poco
fiables porque proceden, únicamente, de fuentes oficiales o de
filtraciones que anuncian, entre otras cosas, la posibilidad de que
se establezcan campos de concentración y de exterminio. La
situación, por tanto, se degrada por momentos y no parece fácil que
Milosevic se apee de su postura de intransigencia.
Ni siquiera sus más fuertes aliados sostendrán por mucho tiempo
esta postura porque Yeltsin sólo quiere mantener su imagen y
recibir contrapartidas por permanecer al margen del conflicto. Por
mucho que deseemos el cese de las hostilidades y el acuerdo final,
sólo una persona en el mundo tiene la llave del fin del conflicto:
Milosevic.
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