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En una secuencia sin precedentes, y delante de los medios de comunicación, el presidente Donald Trump sometió el viernes a una humillación del todo innecesaria al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Fue una reprimenda en público, nunca vista, que llega en un momento especialmente doloroso para Kiev, porque la Administración estadounidense está negociando la paz con Rusia en aquel país, pero sin contar con ellos ni con la Unión Europea. Trump, que en ocasiones actúa más como empresario que como mandatario del país más poderoso del mundo, pretende que Ucrania le entregue una serie de tierras con metales raros que pueden tener un gran valor, como forma de pago por los tres años en los que la Casa Blanca, cuando la dirigía Joe Biden, se volcó con los invadidos por Putin. Llegados a este punto, la ecuación es muy simple: Moscú decidió invadir ilegalmente Ucrania y trató de llegar a Kiev y decapitar al Gobierno de Zelenski. Así pues, el presidente ucraniano es la víctima y ni él ni su país, que sufren el drama de la guerra, se merecen este trato denigrante de los Estados Unidos.

Fallan las formas.   

Es cierto que la intención de Trump es acabar con esta sangría que va por su tercer año, pero las formas están fallando de forma clamorosa y se envía al mundo un mensaje difícil de digerir: el mandatario de la Casa Blanca actúa como un Sheriff internacional, sin atender a razones y con un comportamiento para nada diplomático.

Validar a Putin.

Con todo, además, si Ucrania es obligada a claudicar, lo que supondría que perdería nuevos territorios (tras la anexión ilegal de Crimea y el puerto de Sebastopol en 2014), sería una forma de validar la política expansionista de Putin. Y se cerraría en falso la invasión, porque no habría garantías suficientes de que Rusia, más adelante, decidiera volver a atacar a su país vecino.