Las miles de mujeres y hombres que salieron ayer a las calles para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres pusieron, un año más, en evidencia una lacra que asola todos los países y sociedades; un comportamiento vergonzante en un mundo al que se le atribuye avances en la civilización.
España, como muchos otros países occidentales, no es una excepción en el supremacismo machista; como lo demuestran las cifras crecientes de mujeres que son víctimas de los ataques por parte de sus parejas actuales o anteriores.
La raíz del problema.
Cabía suponer que el tiempo iría corrigiendo actitudes atávicas, pero los expertos advierten –y con preocupación más que justificada–, de que los protagonistas de estas situaciones son en muchas ocasiones jóvenes, incluso adolescentes, comportamientos que son atribuidos al excesivo consumo de pornografía y al papel de sumisión que representa la mujer en las escenas.
No hay duda de los esfuerzos que la comunidad educativa realiza cada día por transmitir los valores de la igualdad y el respeto entre hombres y mujeres, una labor que en muchas ocasiones fracasa debido a un entorno social poco dispuesto a aceptar la igualdad de roles con independencia del sexo. La de ayer fue una jornada de reivindicación feminista que debería asumir el conjunto de la sociedad, un objetivo que todavía está lejos de conseguirse.
Avances demasiado tímidos.
El testimonio de las mujeres que han sufrido y sufren el maltrato o el recuerdo de aquellas que no sobrevivieron a los ataques son auténticos mazazos ante los que la sociedad no se puede mostrar indiferente, las acciones no sólo pueden tener un marco institucional; justo es reconocer que queda mucho camino por recorrer en materia de sensibilización social al respecto. También en toda la vertiente de protección personal, terreno en el que siguen detectándose fallos clamorosos. El 25-N es una fecha que nos concierne a todos.