La culminación del proceso de desconfinamiento y el fin de la escalada está dando paso a la proliferación de comportamientos temerarios e irresponsables, donde las mínimas prevenciones frente al contagio de la Covid-19 han desaparecido para numerosos colectivos. Fiestas privadas, botellones y concentraciones multitudinarias están proliferando, a pesar de las reiteradas advertencias de los científicos de que el peligro de rebrote es real. De nada está sirviendo el recuerdo constante del uso de las mascarillas, la limpieza de manos o la distancia social. Los más incívicos e insolidarios han quedado vacunados de la tragedia vivida en los últimos tres meses en España y el resto del mundo.
Fenómeno internacional.
Sería injusto atribuir este tipo de comportamientos sólo a España o a determinadas localidades –lo ocurrido en Ciutadella en la víspera de Sant Joan es un ejemplo preocupante–, ya que la despreocupada irresponsabilidad se puede constatar en Francia, Alemania, Portugal, Brasil, Estados Unidos, ... Apenas hay excepciones en los que se contravienen las más elementales normas de prevención frente a la expansión del virus; incluso en ocasiones con el aliento de las propias autoridades, como sería en los casos de Trump y Bolsonaro.
Demasiado en juego.
La necesidad de minimizar la espantosa crisis económica que lleva aparejada la pandemia de la Covid-19 ha llevado a acelerar el desconfinamiento, incluso en contra del parecer de algunos expertos. En el punto actual, la cuestión está en recuperar la conciencia de los peligros que todavía nos acechan ante un rebrote; las vidas que están en juego y los enormes perjuicios económicos que supondría la vuelta al estado de alarma y otro parón de la economía. La recuperación en este supuesto sería una quimera. Hacen falta serias campañas de concienciación ciudadana, dirigidas en especial a los más jóvenes. No se puede llegar tarde.