La abrumadora recuperación del PSOE, de la mano de Pedro Sánchez con apenas diez meses al frente del Gobierno, introduce nuevos factores en la definición del nuevo escenario político de España tras los comicios de ayer. La elevada participación confirma que este 28-A ha sido interpretado como una jornada excepcional, decisiva para el país ante los retos más inmediatos; entre ellos, y como principal protagonista, el conflicto territorial planteado desde Catalunya. Y en este sentido, el mensaje ha sido inequívoco: la inmensa mayoría de los ciudadanos ha optado por las opciones más sosegadas frente a quienes defienden la radicalidad y el enfrentamiento.
Gestión compleja.
A partir de ahora, Sánchez tiene por delante una tarea muy complicada. Su avance electoral, a costa también de su aliado más próximo, Unidas Podemos, y de un espacio de centro abandonado por todos los integrantes del bloque de la derecha, es insuficiente para gobernar sin la colaboración, más o menos explícita, del independentismo catalán; en especial de Esquerra Republicana, que casi ha duplicado su representación en el Congreso.
Una derecha despedazada.
Un elemento que no puede pasar desapercibido de este 28-A es, sin duda, la fragmentación de la derecha española. El PP de Pablo Casado ha perdido su papel hegemónico, frente a Ciudadanos. Y Vox también ha irrumpido con fuerza para estrenarse en el Congreso. Ante el electorado, el bloque de liberales y conservadores, junto con los más extremistas, no logra avanzar y menos sin ofrecer un liderazgo claro. La ciudadanía se ha sentido huérfana de su oferta más centrista y moderada. La consecuencia en Balears es que el PP queda relegado al cuarto puesto, superado no solo por el PSOE, sino también por Podemos-EU y Ciudadanos. Un auténtico descalabro sin precedentes.