El día de la Constitución se celebró ayer entre incertidumbres y temores. Pero la respuesta de un Estado moderno y de una colectividad desarrollada no ha de ser encastillarse en el grato legado de 1978, que significó la reconciliación y la reconquista de la democracia. La apuesta firme ha de ser mirar al futuro. Es imprescindible la reforma de la Carta Magna para adaptarla a las nuevas generaciones. Y es fundamental que los actuales dirigentes recobren el coraje y la visión de hace cuarenta años para dar el gran salto hacia el mañana.

El título VIII y el machismo regio. El punto esencial de la reforma de la norma fundamental ha de ser el Título VIII, referido a la organización territorial del Estado de las Autonomías. El modelo está agotado. Que el Estado garantice «la realización efectiva del principio de solidaridad» debe tener unos límites. Ante todo hay que asegurar una financiación justa para cada territorio, y en función de su esfuerzo contributivo. No ha de ser posible dar subsidios de por vida, porque en estos 40 años de Constitución se han dado situaciones incomprensibles que sólo se entienden por los intereses electorales de PP y PSOE en su alternancia de Gobierno. Además, hay que eliminar de la Carta Magna los vestigios machistas, como la preferencia del hombre en la sucesión monárquica. Es increíble que la jefatura de un estado moderno se rija hoy en día por estos parámetros.

Un cambio más profundo. El TítuloVIII y la cuestión son sólo dos apuntes de la revisión global que necesita la Constitución, porque también son urgentes reformas legislativas. Es necesaria una nueva ley electoral que contemple la realidad: grandes regiones poco pobladas eligen proporcionalmente más diputados que comunidades mucho más pobladas pero con menos territorio. Y, por supuesto, hace falta una ley orgánica que desarrolle el artículo 155. Hacer improvisaciones en Catalunya, que es lo que se ha visto obligado a hacer el Gobierno de Rajoy después de 40 años, ya lo dice todo.