La masiva concentración independentista del lunes en Barcelona fue la señal de salida hacia las semanas más frenéticas que le aguardan a Catalunya hasta el primero de octubre, fecha del referéndum que el Tribunal Constitucional ha calificado de ilegal y que el Gobierno Rajoy tratará de impedir a toda costa. El acto reivindicativo viene acompañado de la tradicional polémica sobre la cifra de participantes; un millón según la Guardia Urbana y 350.000 para la Delegación del Gobierno. Es la guerra de cifras de siempre, pero con ‘solo’ el soberanismo convocando a centenares de miles de personas. El pulso será ahora diario y se librará en todos los frentes: político, mediático, policial, judicial y en la propia calle, porque hay una ‘campaña electoral’ convocada por la Generalitat que el Estado no reconoce.

Desaparece la política con mayúsculas. En este pleito en el que los bandos están cada vez más definidos y cerrados en sí mismos, lo más lamentable es constatar la desaparición de la política con mayúsculas, entendida como la capacidad de diálogo y búsqueda de soluciones. Se habla mucho de choque de trenes, pero nada de recomponer puentes. Puigdemont y su Govern van directos al 1-O y a proclamar la independencia unos días después, sin importarles que su actitud pueda costarles la detención o la cárcel. Rajoy sólo confía en la Fiscalía, los jueces y las fuerzas de seguridad. La pugna de sordos nada bueno augura en estos veinte días frenéticos y convierte en muy peligroso lo que pueda ocurrir el día de la ‘votación’.

Sensatez y lógica. Los grandes conflictos deben preverse con perspectiva antes de que estallen. Viene la escalada de crispación y una posible suspensión parcial de la autonomía catalana. El Estado tiene todas las de ganar porque tiene los resortes legales. Pero, ¿y las heridas que quedarán? ¿Y el resentimiento catalán? La sensatez y el diálogo son ahora más imprescindibles que nunca para que Catalunya supere estos difíciles momentos.