El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido dar marcha atrás a uno de los gestos más emblemáticos del paso de su predecesor, Barack Obama, por la Casa Blanca. La flexibilización de las relaciones con el régimen cubano se ha detenido. Aunque no se han roto las relaciones diplomáticas entre ambos países, Washington ha decidido revocar los planes sobre inmigración que se habían implantado y se vuelven a restringir los viajes y los flujos comerciales entre ambos países, una mala noticia para el empresariado balear –de manera muy especial en el sector turístico– que había puesto enormes expectativas en el futuro con el fin del embargo. La incertidumbre vuelve a planear sobre la isla caribeña.

Un castigo político. Trump insiste en una estrategia de acoso al régimen castrista, una fórmula fracasada y de las que sus principales consecuencias han afectado a la población cubana; no a sus dirigentes políticos. Volver a endurecer los programas sobre inmigración afectará a millones de cubanos residentes en los Estados Unidos, mientras que las restricciones económicas –que incluyen los viajes– suponen un freno a los flujos inversores que se habían activado como consecuencia de la nueva era iniciada con la entente entre Barack Obama y Raúl Castro. El nulo respeto a los derechos humanos por el régimen vuelve a ser el pretexto de la Administración norteamericana para cercar el castrismo, un contrasentido mientras Guantánamo no se desmantele.

Impacto para empresas baleares. Junto con el fracaso político que ha significado el embargo a Cuba, el retroceso en el clima de apertura de relaciones por parte de Estado Unidos es un duro golpe que las empresas de Balears tendrán que contrarrestar con la búsqueda de mercados alternativos. No cabe duda de que el efecto disuasorio de la nueva postura de Donald Trump en el mercado americano es indiscutible. Es un nuevo reto al que tendrán que adecuarse los importantes intereses baleares en Cuba.