Miles de ciudadanos se manifestaron ayer en Mallorca en apoyo a los refugiados, un aldabonazo no sólo a la conciencia social sino también a la política de los gobiernos europeos, incluido –como es lógico– el español. Hay, a tenor de lo que ocurre en la calle –también ayer en Barcelona se movilizaron 160.000 personas por esta misma causa–, una evidente falta de sintonía entra la demanda de una solidaridad activa con los refugiados y la manifiesta parálisis o indiferencia de las instituciones. Por desgracia, el ‘efecto Aylan’ se está diluyendo en los pasillos de los organismos internacionales por la pasividad de unos responsables demasiado atentos a los intereses electorales en sus respectivos países.

Un problema complejo. No cabe duda que la llegada de decenas de miles de refugiados a las fronteras de la Unión Europea es un problema de enorme magnitud, cuya solución es incompatible con propuestas simplistas. La complejidad de la situación no se puede atajar dándole la espalda, abandonando, como está sucediendo, a los que huyen de conflictos bélicos, el acoso del yihadismo o tratando de buscar una vida mejor. Esta es la vía que, al menos en apariencia, está tomando la UE y que indigna a buena parte de la sociedad. La respuesta a las convocatorias de ayer es un claro síntoma.

Utilización política. La negligente pasividad de la UE en materia de acogida a los refugiados, de la que no se escapa España, parece estar condicionada por el temor a un auge del yihadismo en el continente europeo –cuyas trágicas consecuencias son recientes– y el importante rédito político que genera el blindaje fronterizo. La ultraderecha, que se ha apropiado de este discurso, gana terreno en países como Francia y en argumentos similares se apoyaron los defensores del Brexit. Trump llegó a la Casa Blanca defendiendo la contrucción de un muro con México. El clamor ciudadano tiene que romper la insensibilidad ante la insolidaridad y en defensa de los derechos humanos.