La muerte de Fidel Castro, a los 90 años de edad, anunciada ayer por su hermano Raúl, supone la desaparición de todo un símbolo que encarna el espíritu de supervivencia de un régimen enfrentado a la primera potencia mundial, los Estados Unidos. La resistencia al embargo económico y al asilamiento político dictado desde Washington han marcado el régimen castrista, obligado por las circunstancias –en especial desde el fin de la Unión Soviética– a abrir la puerta a las inversión extranjera y suavizar las relaciones con su vecino y antaño enemigo del norte. Sin embargo, todavía está pendiente la transición del modelo comunista que se implantó en Cuba tras la expulsión de Fulgencio Batista a una democracia respetuosa con los derechos humanos.

Un nombre en la Historia. La figura de Fidel Castro tiene una indudable dimensión histórica durante el pasado siglo XX, equiparable a otros estadistas de la época que, como él, ocuparon durante décadas el poder; en su caso durante 47 años. De lo que no cabe duda es que el exmandatario cubano está sometido, todavía, al análisis apasionado de partidarios y detractores. Quienes ven en él la encarnación de un gobierno bajo los postulados del comunismo, al que se le tienen que atribuir no pocos éxitos sociales, o el de un hombre que cimentó su poder enviando al exilio a sus opositores o llevarlos directamente a la cárcel.

Una nueva era. Cuba inicia, con el fallecimiento de su líder –aunque cedió la presidencia del país a su hermano hace ocho años–, una nueva etapa que desde Balears se seguirá con mucha atención. El sector hotelero balear fue pionero en el desarrollo turístico de la isla caribeña, asumiendo incluso los riesgos que suponía contravenir los intereses norteamericanos y el poderoso lobby empresarial cubano en Miami. Durante los últimos años el desembarco de las grandes cadenas de las Islas ha sido masivo, diversificando incluso los sectores en su penetración. Una apuesta que les sitúa en una posición de privilegio de cara al futuro.