El hecho de que el sector inmobiliario balear haya conseguido encadenar tres meses seguidos con más de mil compraventas de viviendas constituye un dato incuestionable de superación de la crisis, que se cebó con una dureza nunca vista en el sector del ladrillo. Es cierto que resta mucho para llegar a una situación de normalidad en lo que atañe a la construcción y venta de inmuebles, pero el mercado está levantando cabeza con niveles que ya se parecen a los hace más de un lustro. Es evidente que los bancos empiezan a abrir el crédito y que la brisa del optimismo ya corre de nuevo entre el tejido productivo. Pero sería un error lanzar las campanas al vuelo. Muchas heridas no han cicatrizado.

Un enfermo en convalecencia. Durante décadas, la construcción fue la segunda locomotora balear tras el turismo. Avanzó a un ritmo desenfrenado, a veces casi sin control. Llegó a generar cien mil puestos de trabajo directos e indirectos en el Archipiélago. El golpe de la crisis fue brutal. Por eso ahora que llega la recuperación mandan las compraventas de viviendas usadas. El ‘stock’ de las de primera mano es reducido porque se edifica muy poco. Aún hay miedo a financiar nuevas promociones. Y es lógico. Es necesario avanzar con prudencia porque la actual recuperación aún no es sólida.

Superar el pasado. A medida que se reactiva el mercado, conviene tener claro que no se deben cometer los errores del pasado. La alegría en conceder créditos mientras el poder político otorgaba licencias de obra a un ritmo a menudo desorbitado generó una burbuja de tal calibre que metió a la sociedad balear en una depresión de la que todavía no se ha recuperado. Es imprescindible atender a la cada vez mayor demanda de viviendas, pero desde la profesionalidad. Hay que dejar atrás los errores de las décadas de la alegría inmobiliaria, con aquellos pelotazos urbanísticos y negocios fáciles que acabaron pagándose muy caros. Es la hora de avanzar sin miedo, pero con inteligencia.