Seis meses después de las últimas elecciones, los españoles han regresado a las urnas para configurar un nuevo mapa político en el Congreso con una redistribución de escaños, pero sin definir con claridad las opciones de un nuevo Gobierno que, como ya ocurrió en los comicios del pasado mes de diciembre, vuelve a quedar pendiente de las formaciones nacionalistas e independentistas de Catalunya y el País Vasco. Aunque numéricamente no hay cambios significativos, los cierto es que la nueva correlación que arrojan los resultados del 26-J podrían resumirse en un fortalecimiento de los partidos tradicionales –PP y PSOE–, a los que las encuestas daban como principales damnificados, y en un estancamiento de las formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos; aunque el partido de Rivera ha resultado muy castigado por su alianza con los socialistas. El voto de la moderación se ha impuesto, quizá el mensaje más claro de estas elecciones.

Rajoy y Sánchez resisten. Frente a los sondeos que vaticinaban un descalabro, el PP de Rajoy ha logrado recuperar el voto que había migrado a C’s, la adhesión del electorado temeroso del avance de la izquierda más radical y superar el escenario adverso de los escándalos y la corrupción que le han salpicado en los últimos tiempos. Mejorar los resultados de diciembre consolida a Rajoy, pero tampoco garantiza su continuidad en La Moncloa. El socialista Sánchez también ha evitado el cataclismo del PSOE debido, en buena medida, a la contención de Podemos, cuyos resultados distan mucho de las expectativas. Sin embargo, la clave de la gobernabilidad vuelve a estar en manos de los grupos catalanes y vascos.

Balears, la suma no funciona. En Balears, la incorporación de Més a la coalición de Podemos y EU estaba llamado a ser la gran sorpresa electoral. No ha sido así, debido a la abstención de su base electoral. Al contrario, los grandes partidos, PP y PSOE, han vuelto a polarizar el voto, aunque el reparto final de escaños no ha cambiado.