El próximo miércoles está previsto un encuentro en Minsk (Bielorrusia) entre la canciller alemana, Angela Merkel, y los presidentes de Rusia, Vladímir Putin; Ucrania, Petró Poroshenko, y Francia, Françoise Hollande, para tratar de alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto que tiene lugar en el este de Ucrania entre el Ejército del país y milicias prorrusas. La reunión tiene por objetivo alcanzar una «solución global» a un enfrentamiento que cada vez más pone sobre el tapete los intereses internacionales en la zona: Europa y Estados Unidos por una parte, y Rusia por la otra.
Ucrania, una pieza clave. La pérdida de influencia de Rusia sobre Ucrania supone un duro golpe para las políticas expansionistas que impulsa el régimen de Vladímir Putin, consciente de que el enorme país es una pieza clave para mantener el control sobre el suministro de energía –gas– a los países de la Unión Europea, en especial Alemania, y, por supuesto, tener una puerta de libre acceso al Mar Negro. La amplia comunidad rusa que reside en Ucrania, además, recela de un gobierno que cada vez muestra más entusiasmo en aproximarse a Bruselas y alejarse de Moscú. La tensión ya se ha cobrado centenares de víctimas mortales mientras en la televisión se muestran imágenes de ataques con armamento pesado en zonas urbanas. Estados Unidos no ha dudado en adelantar que prestará ayuda al Gobierno de Poroshenko en el caso de que aumente la escalada bélica en la zona.
La última oportunidad. La reunión del miércoles tiene todos los visos de ser la última carta para frenar los enfrentamientos, cuyas partes en conflicto disponen de ayuda militar garantizada desde Rusia y Occidente. Frenar este flujo debería ser el primer paso, e imprescindible, para poder buscar una solución satisfactoria para ambas partes en un conflicto del que, conviene tenerlo muy presente, Europa en su conjunto tiene mucho en juego.
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