preciado Señor Director:
Me permito dirigirme a usted para compartir una perspectiva franca y objetiva sobre mi experiencia como un ibicenco que ha retornado a la isla después de casi tres décadas. Mi historia es una mezcla de emociones y reflexiones, y confío en que mi testimonio pueda contribuir a una conversación constructiva sobre la evolución de nuestra querida Ibiza.
Mi partida de la isla poco antes de cumplir 18 años fue motivada por la búsqueda de oportunidades académicas y profesionales, una trayectoria que me llevó por diferentes lugares del mundo, incluyendo Barcelona, Madrid, Estados Unidos, Latinoamérica y Asia. En mi último empleo en Miami antes de regresar a Ibiza, era vicepresidente de una renombrada multinacional de tecnología de pagos. Tras años de andadura internacional y una reciente boda en Estados Unidos, mi esposa y yo decidimos mudarnos a Ibiza, donde están mis raíces y mi familia, con la esperanza de construir un futuro aquí. A sa meua terra.
Nuestra motivación para volver fue variada: la calidad de vida, el contraste de valores entre España y EE.UU, y el apoyo familiar, todo ello influyó en nuestra elección. Sin embargo, admito que una parte importante de nuestra decisión estuvo anclada en mis recuerdos de la «Ibiza de antaño», en la que me crié, una isla donde la sanidad y la educación pública eran de una calidad envidiable, el tráfico no era más que una anécdota irrisoria, y el civismo y el respeto florecían. Esta versión idealizada de «aquella» Ibiza, la que compartí con elocuencia y entusiasmo con mi esposa, es la que añoraba profundamente y a la que, ingenuamente, pensaba que nos estábamos mudando.
A pesar de haber visitado la isla en breves periodos de vacaciones a lo largo de los años, no fue sino hasta que nos asentamos aquí hace un año que me di cuenta de cuán distante estaba mi imagen idealizada de la realidad actual. Mis esperanzas iniciales y los buenos recuerdos, si bien proporcionaron cierto aliento inicial, se enfrentaron a una cruda realidad que me hizo sentir un extraño en mi propia tierra.
Permítame ilustrar mi experiencia con algunos ejemplos concretos:
La búsqueda de una vivienda habitual nos ha llevado la friolera de once largos meses. A pesar de contar con recursos y contactos, nos hemos visto abocados a alternar entre vivir con familiares y arrendamientos de temporada. En el plazo de un año, hemos vivido en cuatro lugares diferentes. Esta situación se debe en gran parte a la alarmante escasez de viviendas residenciales puesto que la mayor parte de propiedades se reservan para el lucrativo alquiler turístico de temporada, lo cual alimenta precios exorbitantes para los residentes y socava los cimientos de una economía saludable. Los propietarios locales optan por alquilar por precios abusivos durante solo seis meses al año, desencadenando un círculo vicioso insostenible. Esta lógica puede parecer impecable desde una perspectiva estrictamente financiera, pero su impacto a largo plazo en la comunidad y la calidad de vida de los residentes ibicencos es, cuando menos, alarmante.
La burocracia obsoleta e irrazonable también ha tenido un impacto en nuestras vidas. A pesar de nuestros incontables esfuerzos y de la contratación de una de las mejores asesorías legales en materia de inmigración de la isla, tras más de un año aquí mi esposa estadounidense aún se encuentra en un limbo legal que le impide trabajar, conducir e incluso establecer un negocio debido a la falta de permiso de residencia. Es decir, no puede, por más que le encantaría, llevar una vida normal y echar raíces aquí. La lentitud del sistema judicial y administrativo es un problema en sí mismo, agravado por la reciente huelga de la Justicia, pero ese no es un mal endémico de la isla -a fin de cuentas, las competencias en Justicia son estatales-. Lo que más nos ha impactado ha sido el trato cuasi humillante y desconsiderado por parte de algunos de los funcionarios públicos de las instituciones que velan por nuestros intereses. No alcanzo a entender qué lleva a algunos seres humanos a sentirse «endiosados» en el momento en que, por pequeña que sea su esfera de poder, se saben influenciadores del porvenir de otras personas. Esa borrachera de poder la hemos vivido en otras instituciones públicas, desde oficinas
locales de varios Ayuntamientos, pasando por agencias del Consell, alguna de las cuales irónicamente se llama de «Bienestar Social». Y me pregunto… ¿y si resulta que algunos de esos funcionarios, dada la situación de la isla, se han visto abocados a malvivir en una caravana, refugiados de este calor asfixiante bajo la sombra de una savina misericordiosa? Honestamente, yo tampoco estaría de muy buen humor. Y, como se suele decir, «uno no puede dar lo que no tiene».
Pero no sólo en el sector público parece que se nos ha olvidado la empatía, la profesionalidad y la atención de calidad. En
el sector privado, también nos hemos enfrentado a una realidad de condescendencia y falta de profesionalidad en diversas ocasiones. Los altos precios y la falta de competencia han creado una atmósfera donde los clientes parecen estar en continua desventaja.
Y no sólo eso, sino que en muchas ocasiones la actitud de altanería con la que uno tiene que enfrentarse es la de «más te vale que des gracias, porque te estamos
haciendo un favor». Las escuelas de negocios enseñan que el cliente es el núcleo de cualquier negocio, y que tu producto, servicio y protocolos de operaciones deberían girar a su alrededor. Tanto así que las tecnológicas líderes de Silicon Valley desarrollan
sus productos según un método llamado «human centered design», que pone la experiencia del usuario en el epicentro de sus actividades de I+D y el foco más absoluto en optimizar su experiencia. Lo que no nos enseñan es que, cuando estás en un mercado imperfecto
en el que la oferta y la demanda están tan desequilibradas, todos esos aprendizajes los puedes tirar a la basura, porque trates como trates a tus clientes, tienes el negocio asegurado. Pese a la calidad. Pese a los precios abusivos. «Es lo que hay, esto es
Ibiza…», esa es la frase que tristemente más he oído en estos últimos meses. He tardado dos meses en conseguir reparar un aire acondicionado. Y me están dando cita en el taller para el 2024. Pero, lamentablemente, es lo que hay.
En un intercambio reciente con un renombrado concesionario de automóviles de la isla, me di nuevamente de bruces con una actitud que refleja ese amargo sentimiento de «o lo tomas o lo dejas, bienvenido a Ibiza». Esta percepción, y lo descrito en los párrafos anteriormente en relación a la dramática insostenibilidad de la economía ibicenca, se ve reflejado en clave de tragicomedia en el «kafkiano» pie de página corporativo que reproduzco a continuación. Esta nota corporativa, que generalmente se reserva para avisos legales de confidencialidad o protección de datos, reza así en el caso de esta empresa (véase archivo adjunto, marcado en verde):
«NOTA: Sabemos que su coche es urgente, y que le hace falta, hacemos todo lo posible por hacerlo con la mayor rapidez, pero le ruego que entienda usted también que el día tiene las horas que tiene, ojalá tuviese más... y la isla nos permite los empleados que nos permite, las marcas tienen sus procedimientos, que no determinamos nosotros sino ellos y dependemos de recambios para sus intervenciones que nosotros no fabricamos, y sin ellos, no podemos continuar
Lamentamos la molestia, pero no está en nuestra mano resolver este embudo producto de acontecimientos encadenados desde la crisis de microchips, a huelgas de transporte, falta de camioneros, de personal.... y demás, que hacen que no consigamos siempre atenderles con la rapidez que nos gustaría a todos, puesto que hay soluciones que no están en nuestras manos... Gracias anticipadas por su comprensión.»
Nuestra intención inicial al mudarnos a Ibiza de contribuir al desarrollo sostenible de la isla a través de un negocio propio se tambalea en esta atmósfera. La falta de sensación de bienvenida, el cada vez más decadente «Estado del Bienestar», la crisis de valores que vive la isla y, en definitiva, nuestra triste sensación de no vibrar en sintonía con el «ethos» de Ibiza, que el abuso y la codicia de unos pocos han tildado de gris oscuro, han socavado nuestro sentido de pertenencia y bienestar aquí.
Tanto así, que nos encontramos compartiendo un sentimiento común entre los recién llegados a Ibiza: «la isla o te abraza, o te escupe». Lamentablemente para nosotros, estamos empezando a sentir cierto olor a saliva. Y nos empezamos a plantear, muy seriamente, dejar Ibiza.
Mi intención al compartir nuestra experiencia es fomentar un diálogo constructivo sobre la evolución de Ibiza y la preservación de los valores que nos definían. Espero que estas palabras puedan contribuir al debate y, en última instancia, al fortalecimiento de la identidad y el futuro de nuestra querida isla.
Apelo a las autoridades de la isla a que concentren sus esfuerzos en proteger los intereses de los residentes de Ibiza frente a la explotación desorbitada del turismo de temporada, que desborda nuestra infraestructura y encarece nuestros precios más allá de lo razonable dados los niveles salariales del ibicenco promedio. Es esencial encontrar un equilibrio sostenible, diversificado y desestacionalizado que preserve la esencia de Ibiza y garantice una calidad de vida digna para todos. Juntos, podemos forjar un camino que honre nuestras raíces y abrace un futuro enriquecedor para todos.
Agridulce y cordialmente,
VICENTE D.PRATS REYESERO