No ha sido la primera en romper el hielo y denunciar la situación, pero el reciente ruido mediático que ha originado la modelo y periodista Danae Mercer (Cosmo, Women's Health ME) gracias a su cuenta de Instagram ha vuelto a poner sobre la mesa el sutil pero enorme peligro que las redes sociales pueden ocasionar a nuestra salud física y, sobre todo, mental.
El mundo virtual, como su propio nombre sugiere, tiene mucho de irreal y detrás de esos cuerpos perfectos que posan en escenarios idílicos y donde todo está perfectamente colocado, no sobra ni un centímetro y la celulitis brilla por su ausencia.... también hay truco.
Los expertos en psicología llevan tiempo alertando del peligro de este ‘espejismo' - que propician, sobre todo, redes sociales como Instagram con sus ‘imágenes de catálogo'-, y son varias las instagramers, entre ellas Mercer, que se han atrevido a dar el paso, reconocer que tienen defectos como todo hijo de vecino y apostar por subir fotos honestas, donde muestran las dos caras de la moneda: pose perfecta vs cuerpo real.
Mercer advierte “quería recordarles que las redes sociales tienen filtro. Las películas son retocadas. Las revistas son retocadas. Nada de eso es un estándar con el cual deberías compararte” y descubre, a través de numerosas instantáneas realizadas a sí misma, diversos trucos y engaños que son el resultado de colocar la cámara de una manera más favorecedora, iluminarse de cierta forma o utilizar aplicaciones de retoque.
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Pero, ¿cuál es el efecto que como usuarios puede originarnos esta sobredosis de imágenes que solo muestran una cara sesgada de la realidad y que fomentan una falsa idea de perfección? «Obviamente dependerá de la personalidad, madurez y también del estado anímico de cada persona. No es lo mismo alguien que tenga de antemano una predisposición, algún trastorno o problema emocional o, incluso, una persona con poco nivel madurativo como un adolescente, donde van a tener más impacto y muchas más consecuencias; que un adulto que se encuentre en un momento estable y sepa gestionar de forma saludable todo este tipo de imágenes y mensajes que nos enseñan todo el rato perfección», señala la psicóloga Sonia Diéguez, miembro del equipo de Psycast y profesora del CES Cardenal Cisneros de Madrid (centro adscrito a la Universidad Complutense).
La experta advierte que expuestas a uno de estos perfiles más vulnerables «hay muchos estudios que demuestran que puede haber muchos problemas de gestión emocional, ansiedad, tristeza, depresión, falta de autoestima, a veces, obsesión por lo inalcanzable, adicción, en cuanto a que empieza a robarnos mucho tiempo y dinero; e incluso hay muchos adolescentes y adultos que llegan a manifestar tener deseos de no vivir y de acabar con su vida». Aunque es verdad que el contexto social y cultural actual en general tiende a mandarnos por norma mensajes de perfección cree que «las redes sociales han multiplicado por cien la rapidez, la inmediatez y además la precisión de entrada de la información por lo cual tiene mucho más impacto».
La manera de protegernos de esta sobreexposición pasa, según Diéguez, por elegir bien los tiempos y los espacios que dedicamos a las redes sociales tanto en adultos como en adolescentes y niños. «Marcar unos tiempos delimitados de uso por un tema saludable tanto a nivel físico, para que descansen la vista y el cerebro; como también a nivel emocional y mental por el impacto que puede tener. Y también espacios saludables, es decir, delimitar espacios que no estén vinculados a temas tecnológicos, por ejemplo, en una comida en familia no dejar que los miembros estén con un móvil encima de la mesa o si es el momento de hacer una excursión llevar solo el móvil por si hay alguna urgencia. No tiene mucho sentido estar acampados al lado de un río y que el niño o los padres estén con un iPad. Fomentar momentos para estar en familia, con amigos, hacer contacto social, actividades al aire libre o en casa pero vinculadas a tareas no tecnológicas».
La psicóloga explica que, según varios estudios realizados, el tiempo máximo de uso de móviles y otras pantallas para disfrute lúdico de un adulto o adolescente sería de dos horas y en niños más pequeños en torno a los 30 minutos o máximo una hora siempre supervisados y utilizando herramientas de control parental para que no accedan a información «que no pueda digerir o interpretar tal y como es».
Las consecuencias de esta ‘realidad perfecta' que ofrecen las redes sociales son todavía peores entre los jóvenes. Según un estudio de la Real Sociedad de Salud Pública de Reino Unido realizado en 2017, Instagram es la red social que tiene un efecto más negativo en sus usuarios. En él participaron 1.500 jóvenes de entre 14 y 24 años y la mayoría reconocieron que esta red era la que más les influía en la percepción de su imagen corporal, la que más aumentaba el temor a perder su intimidad y la más asociada a altos niveles de ansiedad, depresión, bullyng y ‘miedo a ser dejado de lado'.
Diéguez considera que el problema tiene su origen en una falta de información real de los jóvenes sobre las redes sociales y lo que supone hacer un mal uso de ellas. «Lo primero qué tienen que hacer los adultos es hablar con ellos desde niños y educarles digitalmente. Estamos obligados porque forma parte de su mundo y de su realidad y aunque nosotros no hayamos estado tan habituados para ellos es lo normal. No sirve de nada alejarles de ellas, hay que educarles para que tengan esa información, limitar tiempos y espacios y, a continuación, intentar entender y comprender por qué los chicos se exponen tanto» explica.
La psicóloga explica que a esa edad, todos los jóvenes tienen curiosidad, necesitan encontrar su identidad y reconocimiento, un sentido de pertenencia a un grupo que hace años se lograba por otras vías - como compartiendo tiempo con amigos en un parque o un bar- y que ahora se encuentra en esas redes sociales que les conectan. «¿Por qué se exponen? Porque necesitan ser reconocidos, formar parte de ese grupo, tener una sensación de ‘estoy aquí con lo que es normal y habitual'. De hecho, hay adolescentes a los que los padres prohíben el uso de redes y esto tiene el efecto contrario: se aíslan y son al final los marginados. Por eso hay que saber buscar el término medio desde una educación digital saludable para que el propio adolescente sepa elegir sí o no».
¿Cuáles deben ser entonces las estrategias de sus padres y profesores para hacérselo ver? «Se puede educar digitalmente y explicar a los chavales que la realidad que ven en esas fotografías no es la de verdad, que la mayoría de las veces tiene truco pero, sobre todo, lo que es mas importante es que desde niños potenciemos su autoestima, que sepamos todos los adultos - padres, profesores, educadores, otros familiares... - que hay que poner en valor otras cosas que no solo sean los aspectos físicos y reforzar en cada uno de los niños y los adolescentes todos los valores que tienen de forma de ser, de estar, de disfrutar de la vida, sus emociones y sentimientos. Hay que tener muchísimo cuidado con el lenguaje y los mensajes que transmitimos a los jóvenes de nuestra sociedad porque todo esto, como sabemos, puede desembocar en muchos problemas no solo de autoestima, depresión y ansiedad... sino con problemas relacionados con trastornos de conducta alimentaria. La solución no es tanto desmontar lo que ocultan esas fotografías trucadas como saber educar y reforzar desde que son niños los valores fundamentales, su autoestima, la motivación y que tengan un andamiaje fuerte para saber discriminar».
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