Así lo ha confirmado el lehendakari Patxi López a través de su cuenta de la red social Twitter. «Ha muerto Bandrés. Un luchador por la libertad que por desgracia no ha podido disfrutar este nuevo tiempo en Euskadi por el que tanto peleó», reza su mensaje.
Bandrés fue fundador y único presidente de Euskadiko Ezkerra, diputado, senador, parlamentario vasco y eurodiputado, además de miembro del Consejo General Vasco, el gobierno preautonómico.
Fue un genuino defensor de los derechos humanos y su lucha en favor de la paz, la libertad y la justicia, por encima de siglas, lo convirtió en un político querido y admirado por todos.
Pero además de su extensa y fructífera trayectoria política, «Juan Mari» era un hombre afable y bonachón, de formas suaves e impecables, que desprendía una gran humanidad, lo que hacía que despertara simpatía en sus interlocutores casi por defecto.
Pese a haber desaparecido de la vida pública desde que sufrió un grave derrame cerebral hace 14 años, el afecto y admiración que su histórica labor ha despertado de forma prácticamente unánime ha hecho que, en vida, haya sido ampliamente homenajeado y reconocido en muy diversos foros.
«Su defensa del Derecho con pasión y convicción, aún en las circunstancias más difíciles», le valieron el Premio Manuel de Irujo de Justicia 2003, que otorga el Gobierno Vasco, institución que también lo declaró en 2010 Vasco Universal.
El galardón «Universalia», la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort o el Premio Olof Palme son algunos de los reconocimientos de una larga lista que evidencia una vida de méritos centrada en una intensa labor política y profesional en la defensa de los derechos humanos.
El ex alcalde donostiarra Odón Elorza dijo en 2004, cuando el ayuntamiento de su ciudad natal le rindió un sentido homenaje, en el que participaron representantes institucionales y de todos los partidos políticos vascos, que Bandrés ya no podía hablar pero perduraba «su ejemplo» y «muchas de sus palabras vuelven a ser actualidad en una coyuntura concreta».
En la actual, en 2011, y a una semana de la declaración de cese definitivo de ETA, podría resultar oportuno recuperar parte del talante que Bandrés demostró en 1982, durante la negociación con el Gobierno de la UCD que condujo a la disolución de ETA político-militar.
Nacido en San Sebastián el 12 de febrero de 1932, su inteligencia y talante diplomático ya apuntaban maneras cuando en 1957, con tan sólo 25 años y recién licenciado en Derecho, abrió su propio bufete, especializándose en asuntos laborales y de derechos humanos.
Su proyección pública quedó definitivamente marcada en 1970 con su participación en el histórico Consejo de Guerra de Burgos contra 16 militantes de ETA, que fue uno de los juicios más relevantes del franquismo.
A partir de entonces, llevó la defensa de numerosos procesos ante tribunales militares y de orden público, contra etarras y políticos vascos, además de ejercer la acusación particular en nombre de la viuda de Juan Carlos García Goena, un objetor de conciencia asesinado en Hendaya (Francia), en lo que fue el último atentado reivindicado por los GAL.
Juan María Bandrés pasará además a la historia como una de las figuras clave de la transición y formó parte de la ponencia que debatió el Estatuto Vasco de Autonomía.
Dotado de una enorme capacidad de trabajo, Bandrés compaginó durante décadas el ejercicio de la abogacía con su participación en actividades políticas, vinculadas fundamentalmente a grupos nacionalistas vascos de izquierda. Fue miembro del Consejo General Vasco, el gobierno preautonómico, así como fundador y único presidente de Euskadiko Ezkerra hasta la integración en el Partido Socialista de Euskadi en 1993, y varias veces diputado, senador, parlamentario vasco y eurodiputado.
Su implicación en organismos vinculados a la defensa de los derechos humanos también ha sido muy extensa, y Amnistía Internacional, la Comisión Internacional de Juristas de Ginebra o la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) son sólo unos pocos ejemplos.
Juan María Bandrés estaba casado con María Josefa «Pepita» Bengoechea, tenía dos hijos -Jon y Olivia- y hoy se fue con casi 80 años dejando un legado imborrable.
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