Asistidas por el mediador internacional Lajdar Brahimi, ambas delegaciones se reunirán de nuevo para discutir cómo llegar a un arreglo político para detener la guerra civil en Siria, sobre la base de una hoja de ruta diseñada hace año y medio por Estados Unidos y Rusia, con el auspicio de la ONU.
Sin embargo, el solo hecho de abordar cuestiones políticas será una tarea complicada ante el fracaso de las escasas medidas de confianza mutua que se pusieron sobre la mesa en la primera ronda de negociaciones y que estaban centradas en el acceso humanitario a Homs y en la liberación de prisioneros políticos.
Homs, donde más de 2.500 personas siguen atrapadas en su casco antiguo por un asedio militar de más de dos años, fue la primera prueba que tuvieron ante sí los equipos negociadores de ambas partes, y cuyos resultados han sido muy modestos hasta ahora.
Del más de medio millar de mujeres, niños y ancianos que se calculaba podían ser evacuados de la zona cercada, apenas salieron 83 el viernes; y la entrada de ayuda esencial quedó interrumpida por el ataque contra el convoy que la transportaba.
En este entorno de desconfianza, en el que ambas partes se responsabilizan mutuamente de haber disparado contra el convoy humanitario, las delegaciones reanudarán sus negociaciones, que en una primera fase no dieron ningún fruto concreto.
Brahimi, no obstante, enfatizó -a lo largo de los ocho días que duró la primera ronda negociadora- que el hecho de haber conseguido que las partes enemigas aceptaran sentarse en la misma sala, una frente a la otra, y hablar por su intermedio, era un avance que no había que menospreciar.
Dado ese importante paso, el desafío ahora consiste en conseguir algún resultado real, para lo cual Gobierno y oposición sirias deberán primero ponerse de acuerdo sobre el punto de partida de sus conversaciones políticas.
Sobre por dónde iniciar las negociaciones políticas, la delegación del régimen de Damasco y de la oposición -representada en este proceso por la Coalición Nacional Siria (CNFROS)- tienen opiniones contrapuestas.
La primera defiende que hay que empezar por detener la violencia -bajo el argumento de que todos los grupos rebeldes armados son terroristas-, lo que no sólo permitiría al Gobierno de Bachar al Asad ganar tiempo, sino confirmar su dominación en el terreno militar.
La delegación oficialista saca provecho de que el Comunicado de Ginebra -documento en el que se basan estas negociaciones- reclama en sus primeros puntos el cese de la violencia, el acceso humanitario, la liberación de los detenidos y la restauración de las libertades fundamentales.
Es la segunda mitad de esa hoja de ruta que menciona una transición política lo que sirve de excusa al Gobierno para intentar posponer la negociación sobre el futuro de Al Asad para una fase posterior.
En cambio, la oposición exige entrar de lleno en la negociación para la creación de un órgano de gobierno transitorio, con poderes ejecutivos totales y del que excluye de entrada a Al Asad o a sus colaboradores más cercanos.
Ello pese a que el Comunicado de Ginebra señala que ese órgano deberá estar integrado por representantes de ambas partes.
Para superar este desacuerdo fundamental sobre qué negociar primero, los expertos indican que una posible solución sería pasar a una negociación en grupos de trabajo, que se repartirían los temas a tratar para avanzar de forma paralela.
Esto evitaría que el bloqueo en un tema impida avanzar con el proceso en general.
Esta segunda ronda negociadora está prevista que dure una semana y queda por ver si EEUU y Rusia están dispuestos a tener una participación más visible que en la primera, en la que brindaron discreta asesoría a las partes.
Washington es uno de los principales respaldos de los insurgentes sirios, mientras que Moscú apoya al régimen de Al Asad.
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