En agosto aprovecho para terminar los libros que tengo empezados y, si me llega alguno interesante, pues leerlo también. El último que he leído es «Nuestro iceberg se derrite» de John Kotter. El libro es una fábula, como su propio título hace suponer, y trata sobre un iceberg que se derrite a una colonia de pingüinos (sí, los protagonistas son… pingüinos).
Resulta que uno de ellos descubre que el lugar donde viven está en peligro y la (breve) historia va sobre como intentan resolver el problema. No te voy a destripar la historia, pero su autor el señor Kotter, no es que sea Gloria Fuertes (1917-1998), sino un profesor de Harvard especializado en liderazgo y gestión del cambio.
Lo cierto es que el libro me trajo a la memoria un comentario que escuché sobre Andorra y el cambio climático. No recuerdo exactamente las palabras, pero iba sobre que, uno de los sectores más vulnerables ante el cambio climático en Andorra sería, sin duda, el turismo de nieve.
Las estaciones de esquí, fuente de ingresos para el país, se verán afectadas por el calentamiento global -inviernos más cálidos, más cortos y menos nevados- lo que amenaza con reducir la cantidad de nieve disponible para esquiar.
Este fenómeno podría acortar la temporada de esquí, disminuir el número de visitantes y, en consecuencia, afectar seriamente los ingresos de este sector clave. Algunos estudios ya señalan que, para mediados de siglo, muchas estaciones de esquí de baja altitud podrían ser inviables sin la ayuda de nieve artificial, lo que aumentaría los costos operativos y disminuiría la rentabilidad.
Por otro lado, el sector de la construcción y el inmobiliario, que ha sido un motor importante de la economía andorrana en las últimas décadas, también podría enfrentar desafíos. Una posible reducción del atractivo turístico podría llevar a una desaceleración en la demanda de nuevas viviendas y locales comerciales.
Entiendo que, frente a estos desafíos, Andorra debe tomar medidas proactivas para adaptarse y mitigar los efectos del cambio climático. En el sector turístico, esto podría incluir la diversificación de la oferta turística, potenciando actividades de verano como el senderismo o el ciclismo de montaña, que podrían compensar una posible reducción del turismo de nieve.
En conclusión, el cambio climático representa un desafío significativo para la economía andorrana, pero también una oportunidad para innovar y transformarse. ¿Y en Balears? ¿Cómo nos puede afectar a medio/largo plazo el cambio climático? Le estoy dando una vuelta y en mi próxima columna intentaré traer algunas ideas, teniendo en cuenta que no soy un especialista en la materia… y seguro que muchas menos de las que se te puedan estar ocurriendo.