Una de las vías para introducir cambios en nuestro modelo de gestión es a través de nuestra propia gestión de la innovación.
El desarrollo de estos procesos permite vincular la I+D con el mercado, relacionando las dinámicas de los conocimientos con el uso de los conceptos innovadores. Organizar dichos acoplamientos resulta determinante para las empresas basadas en conocimientos, en las que dicho encaje condiciona su capacidad para generar e introducir en el mercado innovaciones de ruptura y les permite diferenciarse de una competencia cada día más fuerte.
Es particularmente interesante señalar cómo la voluntad de dar fluidez a la cadena de innovación se traduce en la mejora de determinados procesos que facilitan la prospectiva, conociendo y definiendo los problemas que en principio dificultan el acoplamiento, creando conjuntamente conocimientos sobre la factibilidad y el valor para los clientes de los conceptos innovadores. El diseño y aplicación de una metodología prospectiva focalizada en conseguir el acoplamiento entre I+D+i y el mercado puede ser una fuente de inspiración para vencer la resistencia al cambio,de futuros usuarios, debido a aparentes mayores costes, dificultades de aprendizaje, etc.
Queda constancia que las empresas, cuyos trabajos tienen el soporte de alguna rama de la ciencia, para introducir en el mercado innovaciones de ruptura, necesitan mostrar o transparentar su cadena de innovación para enlazarla con una necesidad del mercado, aportándole por lo menos alguna funcionalidad. De donde se deduce la conveniencia de diseñar procedimientos prospectivos, a caballo entre los análisis y posibles fases de aplicación, cuestionándonos temas sin saber qué respuesta obtendremos y que se perfilarán por medio del propio bucle análisis/aplicación y consejos de los clientes, para acabar con un desarrollo que cumpla con las exigencias de calidad, coste y plazos.
Otra fuente de conflicto sería la que se deriva de la proposición de valor, que representa la manera en que la empresa proveedora desea entregar un valor específico (producto o servicio) en respuesta a las necesidades de un segmento del mercado. Más allá de la identificación de las potenciales necesidades de los clientes y del valor a entregar, la proposición del valor juega un papel determinante en la comunicación de las informaciones que permitan su evaluación por el cliente. Esta evaluación que determina o no la elección del compromiso depende tradicionalmente de la relación coste beneficio percibida por el consumidor.
Ahora bien, en el caso de un producto tecnológico innovador que presenta un nivel elevado de complejidad, la incertidumbre inherente a los beneficios de su utilización y sus costes de aprendizaje pueden frenar la decisión del comprador.
En términos generales la proposición de valor puede mejorar gracias a una simulación mental, que se entiende como una representación que imita el funcionamiento o el desarrollo de un acontecimiento.
Para mejorar la gestión de la innovación, la simulación mental puede ser un útil importante en el proceso de concebir la proposición de valor, principalmente porque ayuda a los directores a comprender y anticipar lo que frena al compromiso del comprador. A causa de la tasa elevada de fracasos en las innovaciones de ruptura esta anticipación puede mejorar los modelos de negocio con el objetivo final de optimizar los resultados.