Ha comenzado la temporada de verano sin sobresaltos, de momento. Todo discurre con normalidad, que es lo mejor para la industria.

La temporada apunta a una ligera menor ocupación, que seguramente se ve compensada por los incrementos de precios producidos. Tenemos menos visitantes, pero los mismos ingresos. Me refiero, claro está, a la oferta reglada de hoteles y apartamentos, y al ámbito de Eivissa y Formentera. Intuyo que en el resto de las Balears la tónica será parecida.

Lo que ahora se produce es la concreción del discurso instalado desde hace años: incrementar la calidad de la oferta para poder exigir mejores precios y poner en valor el destino. Esto es bueno para todos los que participamos en la industria. Esto nos decíamos todos.

Y ahora que hemos llegado por unas razones u otras a esta situación, ha explosionado una oferta adicional (legal, ilegal, alegal, ni idea) que produce en los veteranos residentes del lugar la percepción de ser “invadidos” sin fin por un inacabable desfile de visitantes.

Hemos conocido, apenas empezar la temporada, la noticia de la situación de los acuíferos. Parece que su capacidad se agota a toda velocidad, entre la reciente falta de lluvias y el inicio del consumo vacacional. También hemos visto iniciativas ciudadanas que reivindican playas sin la colonización exhaustiva de beach clubs y concesiones de hamacas. Experimentamos el megaatasco de Eivissa a Santa Eulària cada día, y leemos cómo los titulares de aparcamientos obtienen extraordinarios beneficios ante la ausencia de alternativas.

La llegada de la temporada alta aumentará la presión sobre todas las infraestructuras y servicios isleños: carreteras, sanidad, policía, suministros de agua..., todo lo imaginable. Además de esperar que al final de la temporada podamos decir lo mismo que al inicio, que ha transcurrido sin sobresaltos, es evidente la necesidad de poner orden en todos los aspectos de nuestra vida comunitaria.