La irrupción en el sector de la llamada economía colaborativa no es más que un pequeño adelanto de lo que se avecina en materia tecnológica; más vale estar preparado.
Las grandes inversiones de las multinacionales en la I+D del vehículo autónomo están motivadas por las enormes ganancias de productividad y comodidad que se pueden obtener al mejorar la movilidad. Pues son miles de millones las horas que perdemos en desplazarnos de forma ineficiente; lo que afecta negativamente al funcionamiento de la economía urbana, reduciendo el atractivo de las ciudades para nuevos inversionistas y limitando sus posibilidades turísticas. Por supuesto, también afecta al valor de los inmuebles que, recordemos, constituyen la principal riqueza de la mayoría de las familias.
Y es que, efectivamente, una ciudad que cuente con un buen sistema de movilidad presenta una ventaja competitiva de primer orden para las empresas y las personas que residan en la misma. Por ello, los ayuntamientos, a la espera del vehículo autónomo, deberían prepararse flexibilizando sus estructuras de movilidad (desaparecerán las fronteras entre transporte público y privado, lo mismo que entre individual y colectivo) para adaptarse a un mundo que necesita, cada vez, más desplazamientos.
La alternativa de no hacer nada, o mostrar preferencias solo ideológicas por la bicicleta u cualquier otro medio, no contribuye a solventar un problema complejo que requiere del concurso de muchos actores.
La integración real de los distintos sistemas de transporte, el suministro de información puntual al viajero y la mayor flexibilidad tarifaria y de oferta son elementos clave, que si no se aceptan o no se impulsan desde los consistorios van a dejar marginados a muchos de los actuales implicados.
Cada medio de transporte muestra ventajas comparativas para cada tramo de un determinado trayecto. Por lo que, solo mediante una información puntual y unos precios que la transmitan adecuadamente se puede ganar en eficiencia. Ya no se puede pensar en términos de autobús, metro, coche, taxi o bicicleta. Hay que pensar en términos de trayecto facilitando la combinación adecuada de esos medios. Lo que obliga a pensar también en las infraestructuras necesarias para cumplir esa misión.
La movilidad urbana es el gran reto de las ciudades del siglo XXI. Hay que prepararse.
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