California es el lugar del mundo que acumula más innovaciones y avances. No por ser cuna de emprendedores, sino el lugar al que estos se dirigen cuando quieren realizar sus proyectos. Palma, en algunas ocasiones, ha desempeñado un papel similar.
Quizás por ello una de las personas que ha dejado una huella más marcada en la capital balear haya sido el ingeniero holandés Paul Bouvy. Su obra significó, entre otras muchas cosas, la transformación del Prat de Sant Jordi. Desecando sus pantanos para convertirlos en la despensa de la ciudad. Dejando atrás males endémicos como el paludismo, la malaria y otras epidemias padecidas por los palmesanos de entonces.
Su plan de desecación de la zona de 1845 perduró durante más de cien años, preservando al Prat de las inoportunas inundaciones, hasta que las nuevas transformaciones de las últimas décadas han provocado su abandono y la vuelta de los desbordamientos.
El Plan Bouvy era simple, basándose fundamentalmente en la construcción de una red de canalizaciones que permitieran un correcto drenaje de unos terrenos situados en cotas muy cercanas al nivel del mar, o incluso por debajo. A la vez que fomenta la instalación de los primeros molinos de viento hidráulicos, los cuales, posteriormente, han configurado durante generaciones la imagen más genuina y nostrada de Mallorca.
Solo por este hecho, el ingeniero Bouvy es merecedor de un lugar en nuestra memoria histórica colectiva. Y ese recuerdo debería tener la forma más relevante que la ciudad es capaz de otorgar: un monumento emblemático en una acertada ubicación.
Bouvy representa, sobre todo, el conjunto de valores más importantes que han caracterizado a nuestra tierra y que constituyen el fundamento de nuestra prosperidad. Representa el espíritu ilustrado, emprendedor y modernizador de una ciudad abierta e innovadora, despreocupada por completo de la nacionalidad u origen de sus vecinos. Palma es el resultado del esfuerzo de mucha gente de múltiples procedencias. Bouvy, además, armoniza el crecimiento económico y el respeto al medio ambiente. Utiliza energías renovables. Desarrolla una correcta colaboración público-privada que aplica a un gran objetivo de salud-pública, etc.
Por todo ello, resulta del todo conveniente que un monumento, no solo honre la memoria de este genial mallorquín-holandés, sino que lo dé a conocer a las nuevas generaciones para que, así, puedan impregnarse de los valores más genuinos de nuestra tierra de prosperidad.
El pasado mes de enero tuve el honor de presentar al pleno municipal de Palma una propuesta en este sentido. No es la primera vez que esto ocurre. No fue aceptada argumentando que ya es Hijo Ilustre de la ciudad desde 1895 y en Sant Jordi una calle lleva su nombre. Sin embargo, muchos pensamos que su obra y los valores que representa son mucho más grandes.
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