Todo hace pensar que la antigua Convergencia y el PNV han movido ficha. Conseguir grupo parlamentario en Congreso y Senado, respectivamente, les supone mucho a ambos partidos, tanto en términos políticos como económicos. La necesidad mueve montañas que a simple vista parecían infranqueables. Además, por lo que se ve, al partido Alfa, como denomina Enric Juliana al PP, no se le caen los anillos por pactar cuestiones concretas con partidos que, si bien pertenecen a su misma área ideológica, su ADN es radicalmente soberanista.
Una segunda conclusión. El resultado de la votación del Congreso quita presión al PSOE. Sus votos no son imprescindibles para investir a Mariano Rajoy si el partido naranja vota finalmente a favor y la refundada Convergencia y el PNV optan por la abstención. No es fácil que este escenario pueda producirse, pero no debe descartarse a priori, sobre todo a la vista del supuesto comportamiento (la votación fue secreta) de las citadas formaciones nacionalistas el pasado martes en el Congreso.
No obstante, sea como sea, hay que descartar unas terceras elecciones. A todos los efectos, la gobernanza de nuestro país exige cerrar cuanto antes la actual etapa de interinidad. Los problemas que nos acechan son inaplazables y el déficit campa por sus anchas. Y no solo esto. El brexit, la crisis financiera italiana, la salvaje matanza de Niza y el abortado golpe de estado de Turquía y sus consecuencias son cuestiones de una extrema gravedad que demandan, en el seno de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, un posicionamiento claro y contundente de la representación española que solo puede producirse siguiendo las directrices de un gobierno que cuente con la confianza de la cámara y en pleno ejercicio de todas sus prerrogativas competenciales.
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